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H an pasado 50 años desde que Gabriel García Márquez creó un mundo imaginario llamado Macondo en su eterna y sublime Cien Años de Soledad. Tardó 18 años en escribir esta novela, al igual que pasaron 30 años hasta que terminó Crónica de una muerte anunciada. Gabo, como cariñosamente le llamaban, pensaba que las buenas ideas se gestaban de la misma manera que se elaboran los buenos vinos “con tiempo".
Hace más de 20 años cogí por primera vez una copa de palo cortado. Recuerdo el aroma como el que recuerda el primer beso: amargor dulce, madera, esencia de lo prohibido. Creo poder descubrir mi rostro fruncido en el primer trago. Como los mejores instantes de una vida, al principio piensas que no te gusta pero luego no puedes dejar de buscarlo. Desde aquel desvirgue me he reconocido sonriente cada vez que alguien propone alguno de sus vinos de sol. Sin embargo, en nuestro país hay pocos lugares donde te sugieran como primera opción de una armonía los vinos de Jerez y poca gente que se emocione con ellos. Puede que aún falte tiempo. Sin embargo, las voces expertas dicen: “La próxima tendencia van a ser los vinos de Jerez”. Ojalá acierten. Lo cierto es que son vinos para disfrutar en la calma, para atreverse y dejarse llevar. Todo es comenzar; por eso, hemos comenzado a crear un mundo posible, un Macondo del vino, en el que las bodegas de nuestras casas estén repletas de olorosos, finos, manzanillas, amontillados, palos cortados... Un universo de felicidad donde habita aquello que no tiene verbo, que solo se entiende cuando se alza la copa y se vierte el elixir en una boca ávida de sol.