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Al comienzo del año, la incertidumbre atenazaba al sector del vino en forma de aranceles por parte de la Administración Trump, de un Brexit que desestabilizaba las relaciones comerciales entre clientes ingleses y bodegas españolas o de un viticultor hastiado por unos precios que no hacían justicia a las horas empleadas en el campo. Retos importantes sobre los que había que actuar con inteligencia y prudencia, pero que se tornaron casi irrelevantes cuando a mediados de marzo recibimos el mayor mazazo sanitario del último siglo. Algo tan diminuto como un virus había dinamitado una sociedad tan acomodada que ella misma creaba sus propios problemas. Las calles quedaron vacías, el bullicio de bares y restaurantes, ahogado por un silencio implacable, y la vida de las ciudades y pueblos, pendiente de un suspiro. Así quedamos todos mientras la viña seguía el curso de un año con buenas perspectivas. Las medidas para frenar el avance del maldito COVID-19 y el temor nos han mantenido en vela todas estas semanas, pero he de agradecer de corazón a todo el equipo de MiVino la responsabilidad de su comportamiento. Gracias a su ánimo y valentía, este número doble está hoy en la calle. Y está en la calle porque el vino y todo el tejido social que hay tras él lo necesitan más que nunca. Es hora de que desde Europa y desde las administraciones estatales se pongan ya en marcha una serie de medidas que reactiven la restauración, además de actuar con urgencia ante la próxima cosecha que se presenta, facilitando cosechas en verde, destilaciones de emergencia... Escatimar en medidas no debe ser el plan, sobre todo si queremos revertir el jaque que una ficha en forma de virus ha lanzado sobre nuestro vino. Solo con diligencia y determinación evitaremos que la próxima jugada sea mate.