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Debemos vincular el vino a la tierra porque es una forma sincera y transparente de comunicar la tradición de los pueblos y las posibilidades de desarrollo del medio rural, pero sobre todo porque se pueden dibujar en nuestro olfato las líneas de relieve del terreno, coloreadas por la fauna y la flora que allí habitan, y reproducir en nuestro paladar la frescura de las noches de verano, la crudeza de los fríos inviernos o la aplastante canícula veraniega. El vino es como un lienzo donde se nos enseña a través de los sentidos un paisaje, una forma de vida, el sueño de una familia o, por qué no, el de un pueblo entero. Llegan las vacaciones y, aunque nuestras costumbres se están viendo alteradas, los paisajes del vino siguen esperando nuestra visita. Parece que este verano es el ideal para descubrir las maravillas que nuestro país atesora y que en muchos casos se pueden guardar en una botella gracias a otro paisaje, el de los alcornocales. Os hemos querido enseñar en un bonito reportaje de dónde sale el preciado corcho y cómo se trabaja desde la sostenibilidad ambiental, económica y social. Algo así como tapar la pureza de un paisaje con otro pedazo de paisaje. Y de ahí a descubrir la nobleza de la Verdejo cuando aguarda paciente en la botella, donde cada trazo aromático se convierte en puro arte y los sabores y texturas en la más deliciosa escultura líquida. Hemos descubierto el verdadero potencial de esta uva que más pronto que tarde convertirá a Rueda, su hogar, en un referente mundial de blancos envejecidos. Disfrutad del verano con calma, sin más pretensiones que la de descansar, estar con la familia y amigos y embelesaros con un amanecer, una noche estrellada o con el paisaje que os sugiera vuestro vino favorito.
