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Como bien recordaréis, el sector del vino entró en un oscuro túnel allá por el mes de octubre de 2019. Por aquel entonces, el anterior presidente de Estados Unidos utilizó arbitrariamente el vino, junto con otros productos agroalimentarios, para construir alrededor de ellos una política arancelaria injustificada como represalia a la lucha comercial con Europa, librada en el terreno sin duda estratégico de la aeronáutica. A partir de ahí, no hace falta que sigamos haciendo memoria porque aún están frescos en el recuerdo los azotes de las repetidas olas coronavíricas y sus terribles consecuencias que han hecho que el corredor se torne aún más tenebroso. Este túnel, que ya mide un año y medio de longitud, parecía no tener fin hasta que a principios del mes de marzo –bendito marzo en el que el tronco adormecido de las cepas empieza a desperezarse– la luz que se veía podía regalarnos una brizna de esperanza, tan cotizada hoy en día. El acuerdo alcanzado a ambos lados del Atlántico eliminaba temporalmente estos aranceles e insuflaba algo de oxígeno a las bodegas españolas. Si a esta tranquilizadora noticia, que revitalizará la conexión exportadora con la potencia americana, le sumamos una mejora en los datos pandémicos en relación con los del comienzo del año, sin olvidarnos de la esperanza depositada en la vacuna, tenemos motivos para creer que algo va a cambiar. Aquella claridad que se ve no es un espejismo, sino la luz de un futuro alentador que, aunque aún no ha llegado, ya podemos sentir la seguridad de su calor. Hasta entonces en MiVino no paramos de publicar nuestros viajes, catas, entrevistas y pinceladas gastronómicas con la idea de que os sirva de linterna y os guíe hasta alcanzar el ansiado final del túnel.