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No ganamos para sustos. ¿De verdad que no hay suficientes cuestiones de calado para abordar en el terreno agroalimentario como para dedicar valiosos recursos y esfuerzos a asestar golpes gratuitos e irreversibles al sector del vino? Lo digo porque este mes hemos estado a nada de que los señores de Europa aprobaran una norma por la cual fuera obligatorio etiquetar cada botella como una bebida perniciosa para la salud. En esas estamos, queridos amantes del vino. Parece que algunos dirigentes no se han enterado de que la viña no solo genera riqueza económica, sino que sirve de vínculo con la cultura e historia de un lugar, invita a las personas a seguir habitando los pueblos y da forma a un paisaje con identidad propia. En definitiva, genera vida. Esa actitud excesivamente paternalista de las autoridades se convierte en un arma de doble filo que en este caso acabaría con la forma de entender y ganarse la vida de muchos territorios europeos. Claro que el consumo excesivo de alcohol es nocivo y claro que no todos los tipos de alcohol son iguales. Pero por qué no se trabaja en un plan de educación para que se entienda el vino como una bebida de disfrute desde la moderación en lugar de entrar a regular sin criterio, arrasando con todo lo que se ponga por delante. Quizá porque es más fácil regular sin más que educar desde la base a las personas. Y como la política es cortoplacista, pues no se hable más, se prohíbe y punto. Y que los problemas que pueda generar cualquier prohibición irresponsable los solucione el que venga después. Sinceramente, dudo mucho que el problema de alcoholismo juvenil que vive nuestra sociedad sea por disfrutar de una rica copa de vino en buena compañía sabiendo que tras ella hay una labor ingente y esmerada de muchas personas que viven de ello.