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Con profunda pena y pesarosa consternación, tengo que reconocer que no ha sido fácil ponerme a escribir esta pequeña ventana de aliento que se me brinda. Y no ha sido fácil porque tratar cualquier asunto sabiendo que a unos pocos miles de kilómetros de nuestras casas se está librando un conflicto bélico atroz, de consecuencias presentes y futuras calamitosas e impredecibles, duele mucho. No es mi intención ocupar este humilde editorial con análisis u opinión de lo que está ocurriendo, pero no quería dejar de sincerarme con vosotros con lo que creo es la consecuencia de una nueva ruptura del ser humano consigo mismo. Ojalá todo concluya pronto y haya tiempo y recursos para reparar en la medida de lo posible tanta destrucción humanitaria. Sabemos que en un mundo como este, de una enorme complejidad marcada por la interconexión global productiva y logística, el sector agrario está viéndose afectado por la imparable escalada de precios de las energías, insumos y todo lo que tenga que ver con su normal funcionamiento. El riesgo de colapso está rondando y sería necesaria una respuesta coordinada en la que todos los gobernantes nacionales y europeos actuaran cohesionados sabiendo que igual hay que reasignar e incluso aumentar el maná de los fondos europeos, ese que fue creado para restañar las heridas sociales de una pandemia inédita aún no solventada. Mientras, y al igual que en aquellos meses que parece que se han evaporado de nuestras memorias, el mundo del vino está demostrando, una vez más, una emocionante sensibilidad con los más afectados por este desastre. Espero que más pronto que tarde podamos brindar por un alto el fuego y, lo mejor de todo, por un acercamiento de posturas que desactiven tanto horror.
