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Manejar con criterio los cambios que se nos presentan en la vida es fundamental para progresar y salir reforzado de cualquier eventualidad. Digo esto porque cada día me sorprende más la capacidad de adaptación del sector agrícola y, más concretamente, del vitícola. Esta es sin duda una de sus virtudes más reseñables. A los cambiantes patrones de consumo que se suceden y para los cuales hay que responder con premura, hay que sumarles los intangibles climáticos que, más allá de elevar la temperatura media del entorno, nos amenazan con súbitos y repentinos episodios nada beneficiosos para la viña. Todo ello sin contar, por ejemplo, con la presión que vive el campo por parte de las energías renovables que, aun siendo necesarias, se convierten en un competidor que juega con la ventaja de la rentabilidad ante el sector primario. Esta labor encomiable de adaptación para mantener la competitividad del sector se apoya en la innovación y, sobre todo, en la permanente renovación del conocimiento. Algo que hemos querido plasmar en el primer número veraniego de MiVino. En él encontraréis bonitos esfuerzos de los elaboradores por entender uvas y zonas que no siempre estuvieron bien valoradas, filosofías de cultivo que no solo buscan una uva de calidad, sino que se preocupan por el ecosistema vitícola procurándole sus propios sistemas de protección y otras tantas historias de superación motivadas por el carácter de perpetuum mobile (movimiento perpetuo) de la vida misma, que nos lleva a superarnos a pesar de las dificultades. Siento verdadero orgullo al comprobar que el mundo del vino avanza en la dirección correcta en términos de empleo de la excelencia para solventar los desafíos presentes y futuros.
