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Noviembre es el mes en el que la tierra, después de haberse entregado a la vendimia, comienza a recogerse, pero no sin antes ofrecernos algunos de sus tesoros más valiosos. Mientras los días se acortan y las noches se alargan, el vino se convierte en nuestro cómplice perfecto para saborear los momentos de calma y reflexión que trae consigo esta estación. En este mes de transición, las fronteras se desdibujan no solo en el tiempo, también en los paisajes vinícolas. En MiVino hemos dedicado este mes a explorar los vinos fronterizos entre España y Portugal, dos países hermanados por ríos tan imponentes como el Duero, el Tajo o el Guadiana. Estas corrientes de agua, que marcan la geografía de ambos territorios, son testigos de viñas que comparten un clima, una tierra y, sobre todo, una historia común. En las fronteras ibéricas, la elaboración de vino es un auténtico diálogo entre culturas, un recorrido lleno de intercambio y mestizaje, un cruce de matices que fluye de un lado al otro de la frontera, como lo hacen los ríos que la cruzan. También es el mes en el que se recolectan las uvas más tardías, que acabarán siendo vino dulce. Estas uvas, que han sabido esperar hasta el último momento para ser cosechadas, nos regalan vinos perfectos para las noches largas de otoño. Los vinos dulces, en sus diversas elaboraciones, tienen en este mes su mejor expresión. El dulzor de estas uvas sobremaduras, que han acumulado todo el solo del verano, es el antídoto perfecto contra las tardes que se acortan y el frío que comienza a instalarse. Y es que, en este momento del año, cuando las frutas secas, el membrillo y las castañas invaden nuestras mesas, uno de estos vinos realza cada bocado, transportándonos a una sensación inolvidable de plenitud.