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Marzo nos trae los primeros indicios de la primavera, el despertar de los viñedos tras el letargo invernal. La savia comienza a fluir de nuevo, anunciando un ciclo más en la historia interminable de la vid. Sin embargo, este renacer viene acompañado de incertidumbres que no dependen del clima, sino de decisiones políticas y económicas que amenazan la estabilidad del sector vinícola en nuestro país. La sombra arancelaria impuesta por la Administración Trump sigue proyectándose sobre nuestros vinos, complicando las exportaciones y obligándonos a replantear estrategias. No obstante, ante este panorama, el sector tiene la oportunidad de redescubrir su propio territorio. Es el momento de diversificar mercados, de fortalecer el comercio interior y de recuperar el consumo con una comunicación cercana y comprometida. El vino es parte de nuestra historia y de nuestra cultura. No podemos permitir que su consumo continúe descendiendo bajo el peso de estigmas y normativas que desdibujan su valor social. Apostemos por una divulgación responsable, que promueva la moderación sin demonizar un producto que ha acompañado al ser humano durante milenios. La clave está en educar y sensibilizar, en generar un relato que vincule el vino con la identidad de nuestros pueblos y con la sostenibilidad de un campo necesario para que la sociedad urbanita siga en pie. Que esta primavera no solo traiga brotes en las cepas que guarden una cosecha 2o25 para el recuerdo, sino también nuevas oportunidades para un sector que merece nuestro apoyo. Apostemos por el vino con confianza, con equilibrio y con la firmeza de quienes saben que su legado es, más que nunca, parte de nuestro futuro.
