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En MiVino nos hemos propuesto que este año sea el de la reivindicación del vino como testimonio vivo e imprescindible de la cultura rural, sobre todo en tiempos en los que la incertidumbre parece querer hacer tambalear constantemente al sector. A pesar de la disminución del consumo (mitigada por los últimos datos) y de las complejas regulaciones que amenazan su desarrollo, el mundo del vino no solo se mantiene erguido, sino que encuentra nuevas maneras de evolucionar sin perder su esencia. La clave de su fortaleza radica en su capacidad para generar un ecosistema dinámico, pero estable, enraizado en la tierra y en la sociedad que lo sostiene. El viñedo es el alma de territorios enteros, un bastión de tradiciones que se renuevan sin traicionar sus raíces. Siempre hablamos de que la viña es esfuerzo, paisaje y cultura, pero lo más importante de todo es el vínculo que se crea entre el campo y la sociedad, por muy moderna y avanzada que esta se crea. Pero el sector no se conforma con defender lo que ha construido. Su visión de futuro pasa por abrirse a nuevos horizontes, apostando por estilos más accesibles, frescos y acordes con los gustos contemporáneos. La innovación no solo llega en forma de vinos más versátiles, sino también mediante el aprovechamiento del fruto de la vid en múltiples formas, ampliando su alcance y relevancia y haciendo que su cultivo sea ejemplo de enriquecimiento del entorno a todos los niveles. La historia del vino es la historia de quienes creen en él, de quienes desafían las dificultades con creatividad y determinación. Ante cada obstáculo, el sector responde con una convicción firme y poderosa: el vino seguirá siendo un pilar de nuestra cultura, una expresión de territorio y una vía impecable para compartir la vida con plenitud.