- Redacción
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- 2013-06-01 09:00:00
Si a alguien le gusta el mundo del vino debería ser infiel.
Fidelizar al cliente es uno de los retos de cualquier empresa, incluidas bodegas. Nada mejor que tener una nutrida población de seguidores-bebedores que depositen en los vinos de una bodega toda su fe. Yo abogo por la infidelidad, y para que no haya malos entendidos me explicaré. Solo hablo como consumidora de vinos, de las demás deslealtades allá cada cual.
Conseguir que una marca de vino forme parte del imaginario del consumidor debe provocar una satisfacción indecible para el bodeguero. Y que perdure en el tiempo, mucho más, porque supone un esfuerzo continuado por permanecer dentro de los elegidos, la recompensa a la perseverancia. En España tenemos buenos ejemplos de marcas clásicas, y con mucha historia, que han sabido custodiar su nombre renovando estrategias comerciales, adaptando su imagen, estilo y calidad, buscando nuevos consumidores e incluso renovando los que tienen. Es el resultado del trabajo bien hecho, el esfuerzo por mantener al cliente cautivo.
Ser infiel a la marca es la satisfacción del consumidor por entrar en lo desconocido, la intriga, lo prohibido, la excitación por pensar en la posibilidad de poder encontrar algo no imaginado. ¿Por qué beber siempre lo mismo si ya sabemos cómo es? Supongo que por seguridad, pero el frenesí del encuentro con un nuevo affaire, ¿acaso no merece la pena? Probar nuevas marcas y conocer otras bodegas es un sano ejercicio, para uno mismo y para los mercados también. En España, más del 60% de la población bebe vino de una denominación de origen, las más de las 70 restantes se reparten una pequeña cuota de mercado. Si a alguien le gusta, por ejemplo, la ópera, los toros o el baloncesto, probablemente piense en sacarse un abono para disfrutar de muchas representaciones y músicas, estilos de toros y toreros o equipos y tácticas de juego diferentes. Nos abonamos a lo que nos hace disfrutar por la diversidad, la comparación, la satisfacción de reconocer las diferencias y semejanzas. Abonarse a una sola marca de vino es estar fuera de juego. La seguridad que nos provoca ser fiel a una marca, y a nosotros mismos, es compatible con tener algún desliz de vez en cuando. En realidad, solo se trata de una botella de vino y se puede beber en compañía.
Sé infiel y, si quieres, mira con quién. Hay tantas historias que suceden delante de nuestros ojos y tantos vinos interesantes para cometer deslices que merece la pena vivirlos.