- Redacción
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- 1997-03-01 00:00:00
Una vez más, nuestra autoridades se han lanzado a una campaña contra el alcoholismo, sin tener en cuenta el daño que pueden hacer a nuestra enología. Bien está que se quiera atajar esta lacra, sobre todo entre los jóvenes, pero no parece adecuado ni justo el medio. Porque un eslogan como “beber no es vivir” resulta a todas luces inadecuado y falso. En primer lugar porque beber es absolutamente imprescindible para vivir. Ya sé que se refieren con tan genial frasecita a las bebidas alcohólicas, pero también aquí la generalización no puede ser menos oportuna. Estoy de acuerdo en que beberse una botella diaria de whisky no es muy saludable y puede producir grandes estragos en nuestro organismo, pero no ocurre lo mismo si se trata de una botella de cerveza, o de media botella de vino. Tan no es así que hay nutricionistas y médicos que aconsejan precisamente esa cantidad de vino, preferentemente tinto y con la comidas, para beneficiarse de sus numerosas propiedades salutíferas, entre otras, la recién descubierta de cierta prevención contra el cáncer. Hoy está fuera de toda duda: beber diariamente una cantidad moderada de vino no sólo es una auténtica gozada, también es muy saludable. La clave está en la cantidad y en la actitud. Porque el vino, que históricamente ha sido un ingrediente fundamental de la dieta en los países mediterráneos, es la menos perjudicial de todas las bebidas que contienen alcohol. Naturalmente que uno puede emborracharse con vino, y si se persiste en el intento, destrozarse el hígado. Pero eso no es achacable al vino sino al bebedor. Y dados los tiempos que corren, lo más lógico es que recurra a otras bebidas más fuertes para tales fines. Es más, y con perdón de las autoridades sanitarias, si alguien quiere alcoholizarse, lo mejor es que lo haga con vino: el fin será el mismo, pero su vida resultará más larga y menos desagradable. Por eso, en vez de campañas desorientadoras lo que hay que hacer es enseñar a nuestros jóvenes a conocer el vino, fruto de nuestra cultura; a saborear sus cientos de aromas; a reconocer en un buen vino el trabajo del bodeguero, la marca de una buena crianza, el carácter de las uvas con las que está hecho. Así sabrán beber, y sabiendo beber, sabrán vivir.