- Redacción
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- 1997-10-01 00:00:00
Todavía recuerdo aquella insufrible plaga de vinos blancos, jóvenes, afrutados y frescos, que inundaron el mercado nacional con sus aromas vulgares de “platanito”, la insoportable levedad de su cuerpo, lo efímero de su gusto goloso sin ser dulce, seco sin ser amable. Es cierto, aquellos blancos, que todavía abundan, fueron el anuncio de una nueva era en la enología española. Por fin, nuestros varietales Airén, Viura, Xarel-lo, Verdejo, Albariño, Godello, o incluso Palomino, mostraban un paisaje aromático rico en matices, muy frutosos, florales en ocasiones. Una vez despejado el “smog” espeso y sofocante del sulfuroso, aclarado el tufo de lías, eliminadas las contaminaciones ambientales, desterrado el olor a “cuadra”, superadas las oxidaciones prematuras, nuestras uvas blancas aparecieron entonces radiantes, perfumadas, tras el baño, a temperatura controlada, de tecnología. Pero el precio ha sido alto: la empobrecedora uniformidad, el abuso con las levaduras seleccionadas y enzimas pectolíticas, el aire frío de un diseño superficial. Así las cosas, era inevitable una sana reacción pendular que volviera a primar lo personal, lo complejo, la elegancia de un buqué que solo se puede obtener gracias a la contribución de la barrica de roble. Por supuesto, había precedentes: nuestros magníficos y prácticamente inmortales blancos riojanos -recuerdo un Ygay de 1911 sorprendentemente vivo y guerrero-, y la obra en solitario de pioneros como Jean Leon que fermentaba en barrica un extraordinario Chardonnay hace casi 27 años; claro que el vino estaba destinado a la exportación. Pero de aquellas obras ejemplares viene la actual proliferación de blancos con madera, fermentados al mejor estilo borgoñón, con robles nuevos, americano y francés. Vinos de gran categoría que siguen la estela de los más grandes: Milmanda, tantos años líder incontestado; Alella, el primero en valorar oportunamente el roble de Allier; Bujanda, Faustino, Olarra-Ondarre, Beronia, Muga, bodegueros riojanos sin prejuicios; los navarros encabezados por Chivite; gallegos, con las adegas, los insuperables Guitián, el carballo de Albarei; castellanos, con Griñón de adalid; el francés Lurton, enamorado en Rueda de la Verdejo. En fin, blancos fermentados en roble que ya se elaboran en casi todas las D.O. Un escalón más hacia la gloria de los blancos.