- Redacción
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- 1997-11-01 00:00:00
Próximo el nuevo siglo, cercano el final del milenio, inmediata la fiesta navideña, pronta la moneda única que unificará definitivamente el mercado único, solo cabe un brindis que haga llevadera la insoportable pesadez de tanta efeméride.
Es el tiempo del cava, ya definitivamente incorporado al universo festivo de los espumosos naturales, de las burbujas sin fronteras donde reina el champagne, bendecido hasta el fin de los tiempos por el hallazgo celestial del Dom Pérignon, aquel monje que encontró a Dios en las botellas de grueso cristal y tapón de corcho español, santo bodeguero de la Abadía de Hautvillers que no dudó en gritar alborozado las delicias de su vino milagroso: “Venid hermanos, estoy bebiendo las estrellas”.
Dentro de la imparable globalización del mundo, el vino, y los espumoso naturales muy especialmente, ha pasado de ser una bebida local, valorada en su lugar de origen, ignorada cuando no menospreciada en tierras ajenas, a convertirse en un valor, cotizado más por su calidad que por su lugar de procedencia.
Así, nuestros cavas se exportan cada vez en mayor cantidad y con superior nivel de calidad. Bodegueros españoles como Freixenet, Codorníu, o Miguel Torres elaboran espumosos naturales de excelente factura en tierras americanas. A su vez, los prestigiosos champagnes encuentran una mayor demanda en nuestro país, que rompe así con el empobrecedor provincianismo que nos llevaba a considerar “afrancesado” el gusto admirativo por tan admirable bebida. De lo que se trata es de beber sin prejuicios, con espíritu universalista, un vino cuyo mayor acierto estriba en conjugar la frescura y viveza de una buena dotación carbónica con los aromas elegantes y complejos de la larga crianza sobre lías, junto a un paladar limpio y sabrosamente complejo.
No estaría nada mal, de cara a estos tiempos marcados con letras gruesas en el calendario, que empezáramos a considerar cualquier vino como algo propio. Que el champagne sea tan nuestro como el cava, y que para los franceses el cava merezca la misma consideración que su champagne. Y que ocurra lo mismo con el spumanti italiano, el seck alemán, los espumoso naturales californianos o australianos, de todos los cuales ofrecemos en nuestras páginas una buena representación. Al fin y al cabo, las estrellas que embriagaron al Dom brillan para todos.