- Redacción
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- 2002-02-01 00:00:00
Cuando los nubarrones que ensombrecen el panorama vitivinícola español -con su aparato desastroso de reducción productiva, arranque de viñedos, desertificación, pérdida de jornales, etc.- parece que se cargan de malos presagios, y en el horizonte inmediato se vislumbra la oronda figura del temible comisario de Agricultura de la Unión Europea, Franz Fischler, con su nueva Organización Común del Mercado del Vino bajo el brazo; cuando un mes después, en Abril, nuestra inquieta Ministra de Agricultura, Loyola de Palacios, tendrá que iniciar el trámite parlamentario que regulará el sector vitivinícola español, a fin de actualizar el obsoleto, caduco, y en tantos aspectos nefasto Estatuto de la Vid y el Vino, que data de 1970, y por el que se consagraba legalmente la, por entonces, mayor aspiración del agricultor español: obtener de sus viñas cantidad y grado alcohólico; cuando, en fin, parece que el desastre se avecina, conviene recordar que el año pasado todos los indicadores climáticos y botánicos parecían indicar que la última vendimia iba a resultar catastrófica. Entonces llegó el buen tiempo, la luz de Septiembre bañó nuestras viñas, el sol secó la botritis de las uvas afectadas por las lluvias impropias de Agosto, y la cosecha resultó, en términos generales, bastante buena en cantidad y calidad.
El año 1997, pese a sus irregularidades y, en algún caso, escasez, está resultando mucho mejor de lo esperado, con la posibilidad de convertirse en excelente en determinadas zonas como Rías Baixas, gran parte de la Rioja Alta y Alavesa, La Mancha, Valdepeñas, o en lugares significativos de Rueda. Un quiebro meteorológico que acentúa la bonanza de la viticultura española, con cosechas soberbias en los cuatro últimos años. Y es en base a esta buena uva, elaborada con rigor, como el papel enológico de España en el mundo cobra cada año nuevo realce. Lo expresa de una forma clara la irrupción de grandes vinos en zonas donde siempre ha imperado el granel, y el alcohol, extracto y color eran sus únicas virtudes. Así, en Jumilla, cuyos vinos de gran calidad ya no se reducen a unos pocos, obra de bodegueros audaces e iconoclastas. En nuestras páginas ofrecemos una visión global de esta DO, la mayor productora de vino tinto de España y una de las primeras del mundo, donde ganar dinero con los graneles es fácil. Aquí podrá encontrar el amante del vino con personalidad, carácter, y diseño moderno, auténticas primicias a un precio de ganga. Por eso, las DO como Jumilla abren un camino a la esperanza que hoy significa calidad, calidad, y más calidad. Para igualarnos al resto de los grandes países vitivinícolas como Francia o Italia. Y garantizar un futuro a nuestro viñedo, que ya no puede basarse en la enología extensiva de antaño. Todo presagia un final feliz. Y Franz Fischler que lo vea.