- Redacción
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- 2002-04-01 00:00:00
España es un país de gran tradición vitivinícola, y, en ocasiones, de notables innovaciones enológicas que hoy quedan como testimonios imperecederos de nuestra capacidad de inventiva. Un orgullo, pero también un lastre cuando la herencia y tradición se convierten en el fácil comodín de los perezosos. Así ha ocurrido con el varietal francés Cabernet sauvignon, motivo de alabanzas y pleitesías sin criterio; o de descalificaciones y menosprecios ignorantes. Está bien que se quiera proteger el carácter y la personalidad de nuestros vinos, pero siempre y cuando vayan en compañía de la calidad, lo que no siempre ocurre. Conviene no olvidar que la modernidad enológica española vino de la mano de técnicos y bodegueros bordeleses, empujados hacia el sur por la plaga de la filoxera. Así comenzamos a elaborar y criar en Rioja los tintos del futuro, que hoy conforman nuestra mayor personalidad y prestigio junto a Jerez. Pero los tiempos cambian, los países innovan, los gustos evolucionan y los mercados se hacen cada vez más exigentes y competitivos. España no puede quedar al margen de estos grandes movimientos que están configurando ya el futuro. Así lo han entendido algunos elaboradores con visión europea y audacia empresarial. Ellos se han lanzado por el camino siempre difícil de la creación, la originalidad, el diseño en definitiva. Y han tenido que soportar incomprensiones, desaires y amenazas cuando el vino se enriquecía con la aportación de varietales foráneos, principalmente el mencionado Cabernet sauvignon. En Cataluña, Navarra, Alicante, Andalucía, las dos Castillas, incluso en la tradicionalista Rioja, los vinos sin prejuicios, algunos desconcertantes, todos originales y valientes, con un nivel de calidad notable que apuntan nuevas vías, han dado vida a la viticultura española. Hay peligros, a qué dudarlo, sobre todo el de perder la personalidad en aquellas zonas donde se ha creado con el paso de los años. No podemos olvidar que la monotonía, el vino de “fábrica” al que estamos expuestos con estos varietales, es particularmente nocivo para un país como el nuestro, de mil y una tipologías. Sin embargo, el uso prudente y consciente puede deparar grandes ventajas y mayores satisfacciones comerciales. El ejemplo de Vega Sicilia es un faro para bodegueros despistados. O los aciertos de Riscal, Ondarre, Campillo, Marqués de Vargas, Bujanda, Torres, Griñón, Enate, Viñas del Vero, Raimat y tantos otros. Sinceramente, el riesgo merece la pena si con ello ejercitamos la musculatura comercial y comprendemos la importancia de la renovación y la investigación constantes. En un país como el nuestro, que sigue siendo el que mayor extensión dedica al viñedo, es fundamental el acicate de los bodegueros con inquietudes, dispuestos a dar la batalla de la imagen y la calidad con las mismas armas que sus competidores internacionales. Sin sacrificar un ápice del innegable atractivo de nuestros vinos. Que aunque tengan Cabernet no dejan de ser muy españoles.