- Redacción
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- 2002-10-01 00:00:00
Reivindicar en exclusiva la propiedad, el origen, de un varietal es tan absurdo y pernicioso como proclamar la superioridad de la raza, sea blanca, negra o amarilla. Todos venimos del mismo lugar, compartimos el mismo ancestro, y terminamos convertidos en el mismo barrillo impersonal, mediante la acción igualitaria del gusano triunfador. Así el Cabernet, así el Tempranillo, así la Chardonnay, así la Albariño, así el Sauvignon blanc. Porque en principio fue la misma vid, una trepadora cuyo maravilloso fruto es el mágico laboratorio donde sol, tierra y clima hacen el milagro del mosto embriagador. Pero ni todas las vides dan uva ni todas las uvas producen vino. Sólo una especie es capaz de tan generoso milagro: la “Vitis vinífera”, planta evolucionada a partir de la “Vitis vinífera silvestris”, de la que existen numerosas especies, capaz de producir vinos tan diversos y dispares como el rioja, burdeos, borgoña, champagne, rueda, mosela, piamonte, oporto, mendoza, penedés, etc. La cuna de esta primitiva vid es incierta, aunque las teorías más serias apuntan a un origen transcaucasiano, desde donde habría llegado a lo que será su hogar natural y base del posterior desarrollo: el Mediterráneo, verdadero mar de vino. Desde aquí, sin conocer fronteras ni naciones, se expandirá por el mundo, ocupando hoy todas las zonas donde es posible su cultivo: entre los 50º y 30º grados hemisferio norte, y los 30º y 40º grados hemisferio sur. Y sobre la firme base de la raiz americana, se alzan hoy las distintas variedades de “Vitis Vinífera”, cerca de 6.000, aunque tan sólo un centenar son verdaderamente aptas para la elaboración de un vino bueno y rentable. En España la cifra se reduce a unas 60, incluyendo las variedades foráneas que en los últimos años se han incorporado a nuestro viñedo con excelentes resultados. Con tal variedad de uvas se pueden elaborar vinos muy distintos, y sabiamente combinadas pueden dar origen a sugestivos coupages. Pero la imaginación enológica tiene sus límites. En realidad, no todas las variedades pueden aclimatarse en todas las regiones; y cuando lo hacen, se forjan una personalidad específica en su interacción con el medio. No es de extrañar, por tanto, que un mismo tipo de uva, la Sauvignon blanc, por ejemplo, origine en nuestro país vinos distintos a los de su lugar de origen, en los valles del Loira. De ahí la importancia de abrirnos a los varietales foráneos, pero respetando las cepas autóctonas, asentadas durante cientos años, en perfecta convivencia entre clima, tierra, cultivo, y paisanaje. Este es el camino del buen vino. La riqueza varietal de nuestro país, junto a la fácil adaptación de variedades foráneas, convierten a España en un lugar privilegiado para el cultivo de la “Vitis Vinífera”, nuestro común denominador. Siempre y cuando no nos paralice el provincianismo chovinista y tengamos presente el carácter global del viñedo primigenio.