- Redacción
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- 2011-03-01 00:00:00
Un gesto amable. Hay muchas cosas que pueden nublar el juicio de un catador, pero el cigarrillo durante el descanso no es una de ellas. Aunque los histéricos vigilantes de las buenas costumbres nos quieran convencer de lo contrario, con unos pocos vicios se vive mejor. Ocurrió el otro día durante una cata: los participantes, todos ellos profesionales del vino, estiraban las piernas al sol en el descanso fuera de la sala de cata, se tomaban un café, algunos un croissant. Otros repartían chicles. De repente, alguien encendió un cigarrillo. “Craso error”, pensé. Y tal como esperaba, inmediatamente se alzó a mi lado una voz indignada: “Qué horror, estos fumadores, que no pueden aguantarse ni una o dos horas. ¡Y encima, en plena cata!”. Por solidaridad, me acerqué inmediatamente al compañero fumador, que por otra parte es un catador muy competente, defensor de la vinicultura ecológica y un conversador mucho más entretenido que la indignada dama. Con una sonrisa, citó a Émile Peynaud, el semidiós de todos los enólogos, que en uno de sus libros parece ser que recomienda dejar de fumar 15 minutos antes del inicio de la cata. No es igual fumador que desconsiderado Un consejo sensato. Porque, sinceramente, nadie podría convencerme de que un cigarrillo rápido en el descanso nubla los sentidos del olfato y el gusto más que un café solo, un pastel de mantequilla o un chicle (una observación al margen: con frecuencia, los catadores encuentran notas de café, mantequilla o menta en el vino; quizá habría que preguntarles qué han tomado en la pausa...). Al contrario, después de fumarse un cigarrillo, con toda seguridad el fumador se sentirá más relajado y, por lo tanto, más dispuesto a la percepción de los vinos que le esperan. Igual que los compañeros que, minutos antes, sufrían hipoglucemia o bien síndrome de abstinencia de cafeína. Ya me parece estar oyendo: “Sí, sí, pero...”. Déjenme adivinarlo: ¿que los fumadores contaminan el aire de todos sus compañeros y llevan a la mesa de cata el olor a tabaco en las manos y el pelo? Es verdad que existe ese tipo de gente. Pero no necesariamente se llaman fumadores, más bien se les debería llamar desconsiderados. De éstos también existe la versión ¿Por-qué-no-iba-yo-a-perfumarme-antes-de-una-cata? Las personas sensatas y los profesionales se fuman el cigarrillo al aire libre, dejan pasar unos minutos, quizá se beban un vaso de agua y se laven las manos, y ya está, prácticamente como nuevos. En realidad, sus compañeros no tendrían motivo de queja. Pero aun así protestan. Los sibaritas mueren más felices Por una parte, todo esto me parece muy poco relajado; pero sobre todo sospecho que detrás de todo ello se oculta una desaprobación del disfrute, cosa que tampoco es precisamente lo más indicado para el vino. De hecho, vamos por el mejor camino hacia una abstinencia de todo lo divertido decretada por el Estado: a los fumadores se les saca a las calles, en la UE todos los productos alimenticios pronto deberán llevar etiquetas indicando las calorías y las grasas que contienen, y también quieren obligar a que el vino lleve cada vez más advertencias. No es que yo abogue por los excesos constantes, ni en el caso del tabaco, ni en el del vino o la comida (ni tampoco en el deporte, pero supongo que ya se lo imaginaban). ¿No debería tomar cada uno sus propias decisiones? Seguro que les llama la atención que la media de médicos que fuman es superior a la de los demás profesionales. Pero se podría suponer que ellos, por sus conocimientos, deberían vivir de forma más sana, ¿no? En mi opinión, los médicos lo han entendido perfectamente: saben que la vida es peligrosa y salvaje por definición, y que los sibaritas no necesariamente viven menos, pero seguro que viven más felices. Y la felicidad puede ser un cigarrillo. O dos. O también una copa de vino más de la cuenta. Sin necesidad alguna de vigilantes de las buenas costumbres, como pueden serlo amigos y compañeros. Por cierto, por si se lo están preguntando: yo no fumo.