- Redacción
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- 1999-05-01 00:00:00
Vinos de Madrid tiene un problema muy serio, que pesa fatalmente sobre su porvenir vitivinícola: y es que Madrid no tiene vino. O, si se quiere, tiene todos los vinos de España -llámase así o Estado español- menos el suyo propio. Y eso pese a sus casi 12.000 ha. de viñedo, pese a su afrutada uva autóctona Malvar, su poderosa Garnacha, su estilizada Tinta fina; pese al buen Cabernet sauvignon, y mal que le pese a sus comarcas de tradición enológica como Arganda, Navalcarnero y San Martín.
Por supuesto, otras grandes ciudades como Barcelona o Bilbao ofrecen también al enófilo entusiasta parecida abundancia de vinos de todas las zonas españolas y parte del extranjero, pero tienen la ventaja de ser urbes de gran atractivo regionalista que se benefician de la pujanza autonómica hoy imperante en nuestro país. !Bendita sea!
Pero Madrid es una Comunidad sin arraigo, fruto de una decisión político-administrativa, cuya capacidad de atracción radica fundamentalmente en su capitalidad, y por tanto en ser ciudad de todos y para todos. Cierto, tuvo Madrid su personalidad castiza y con ella su vino de taberna y gracejo. Pero incluso entonces el vino no era su vino, sino Valdepeñas aclarado y tantas veces aguado. Aquí hay una gran urbe que se hizo irreversiblemente cosmopolita en los 80, mestiza en sus orígenes, residente de todas las regiones, cuyo periclitado casticismo ya no es capaz de cimentar otra cosa que la horterada y la mala comedia. Una gran ciudad acogedora, libertina y divertida, cuya “movida” ha cambiado, sin más, el tradicional “ir de tascas” por la moderna enoteca; el “chato” de vino peleón por la botella de marca. Una ciudad viva y exigente donde compiten Rioja con Ribera, Priorato con Somontano, Toro con La Mancha.
Y es aquí donde Vinos de Madrid tiene que dar la batalla de la calidad para hacerse un hueco, contando tan sólo con sus propios méritos, sin el plus de patriotismo regionalista que disfrutan en sus autonomías los competidores. Ganarse la plaza de Madrid, y sus cuatro millones de habitantes, exige mucha paciencia, buenos vinos, y una ingente tarea promocional. Pero sobre todo, calidad. No hay que obsesionarse con tanta “sobremadre” y pensar más en “supervinos”, como hace Ricardo Benito con su extraordinario “Tapón de Oro”, una de las revelaciones de Primer’98. La maceración carbónica es un valor añadido absolutamente necesario para los tintos jóvenes. Como lo es el sacar partido a la gloriosa Garnacha, tal como hacen algunas bodegas de San Martín de Valdeiglesias y Navalcarnero. El “Puerta del Sol” de Jeromín, a base de Cabernet sauvignon, es otro ejemplo de buen hacer que marca el camino a seguir para que Madrid tenga, finalmente, sus vinos.