- Redacción
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- 2000-03-01 00:00:00
Cuando se posee el viñedo más extenso del mundo, con una producción que supera el millón y medio de hectólitros -pese a que su productividad es de las más bajas y el viñedo está explotado en menos del 45% de su capacidad real-, cuando se elabora casi el 65% del vino blanco español, cuando este lago de vino está formado mayoritariamente por graneles sin pena ni gloria, cuando la viticultura forma la parte más vital de la economía regional, cuando paisaje y paisanaje se degradarían sin la viña... Cuando todo esto ocurre sólo cabe afrontar los problemas con la decisión del cirujano y la urgencia del infarto. Porque las defensas de este organismo llamado La Mancha están bajo mínimos: ya no es posible el laboreo despreocupado, fácil y económico, ya no existe la mano de obra barata, ya no se pueden ofrecer graneles para la mezcla o el consumo de pasto -¡terrible metáfora!- a precios rentables, ya no existe la suficiente demanda de alcohol y holandas como para permitir para todos la salida de la “quema” -!terrible fin para el vino!-, ya no hay ayudas ciegas ni subvenciones indiscriminadas. La Mancha debe enfrentarse a su destino: la botella y la calidad. Y virar del blanco al tinto. Porque la terapia de elección consiste en sustituir una gran parte del viñedo de la neutra Airén por variedades tintas como Tempranillo (Cencibel), Garnacha, Cabernet Sauvignon, Merlot, y Syrah, que han demostrado su perfecta aclimatación a estas tierras anchas y soleadas, de implacable clima continental, donde el cielo racanea la lluvia, pero el subsuelo encierra en sus entrañas uno de los mayores acuíferos de la península. Todo esto se esta haciendo ya, aunque a ritmo de gigante; un desperezarse que hay que aguijonear con el ejemplo. Y ahí están, como pudo comprobarse en la muestra “Jóvenes 99”, excelentes tintos jóvenes, con o sin maceración carbónica, a precios muy atractivos: “Castillo de Alhambra” de la pionera y ejemplar bodega Vinícola de Castilla; “Allozo”, una gloria de Bodegas Centro Españolas; por no hablar del soberbio “Casa Gualda”, en la cima del vino moderno con cuerpo y raza. Y tras ellos, la elocuencia de tantos otros, grandes y pequeños, bodegas familiares o cooperativas, con tintos que ya configuran el futuro paisaje manchego: “Fúcares”, “Cinco Aludes”, “Mundo Yuntero Ecológico”, “Lazarillo”, “Lorencete”, “Rochales”, “Entremontes”, “Zagarrón”, “Canforrales”, “Viña Donante”, “Solmayor”, “Yemanueva”, “Torre de Gazate”, “Portillejo”, “Parra Jiménez”, “Veronés”, “Avilés Ortega”, y los que cada año se incorporan a la nómina. Una feliz síntesis de Quijote y Sancho Panza capaz de comprender que La Mancha debe tener un color dominante aunque no excluyente: el rojo.