- Redacción
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- 2001-01-01 00:00:00
Tiene España un laberinto de colinas donde el terreno se desliza suavemente en estratos fascinantes, mientras el sol juega al escondite con las sombras del viñedo. El Ebro, Duero, Miño o Sil discurren aburridos mientras dejan evaporarse sus aguas, siempre frescas, sembrando de benditas humedades la atmósfera.
He aquí el misterio de unas zonas vitivinícolas donde el vino semeja un calidoscopio, logrado felizmente con el repetido y siempre nuevo juego de nuestros mejores varietales: Tempranillo, Garnacha, Monastrell, Mencía... De ellos nacen, pletóricos de color, que va del violáceo oscuro al rojo carmesí, pasando por el grana anaranjado, los vinos de maceración carbónica, la única nobleza posible en la juventud recién estrenada del primer tinto. Y, para mí, los más entrañables de toda la gama de vinos nuevos.
Vinos de aroma sugerente, donde lo etéreo de la violeta y la rosa marchita se une a lo denso del tanino recién adquirido, con sus apuntes brillantes de mora y fresa. Todo esto en el marco sápido de una sobria carnosidad, robusto paladar de un tinto que no exige el lento paso de los años en la botella para ablandar su contundente verdad, su temperada inmadurez.
Tienen los tintos de maceración carbónica el porte de la aristocracia de cuna, cuya liberalidad permite acercarse a su ecos de fruta compotada, a la atmósfera otoñal de sus evocaciones florales, al silencio sonoro de sus notas minerales sin las reverencias exigibles a los de buena crianza. Liberalidad que se acompaña de respeto cuando el vino, sin más afeites que los que una elaboración proporcionan, adquiere esa inaprensible dimensión de la obra perfecta. Entonces, cómo no pensar en una suite de Bach.
Amo estos tintos de aroma explosivo, casi violento, muy rico en notas frutales llevadas, en muchos casos, hasta el paroxismo. La armonía, a veces contrapunteada, de las notas especiadas, los perfumes florales, el embrujo balsámico, y el telúrico fondo mineral. Un canto a los taninos dulces, frutosos y perfumados. Aromas y gustos con el sello del terruño como fe de bautismo.
Llegaron desde la cuba a la muestra “Primer 2000” en los primeros días de diciembre, aún sabiendo que necesitarían unos meses de reposo a fin de perder los ecos de una fermentación apenas terminada. Porque, como una orquesta de cámara, tienen que afinar sus componentes para mostrar toda su emoción y belleza. Pero esa es precisamente su grandeza.