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La emoción de los clásicos

  • Redacción
  • 2001-02-01 00:00:00

Rioja es un mosaico de realidades, por mucho que les pese a los amantes de la “tipicidad” igualitaria. Aquí se elaboran los mejores vinos tintos de nuestro país, con cimas enológicas como Cirsion, Barón de Chirel, Pagos Viejos, Viña Pisón, Viña el Olivo, San Vicente, Marqués de Vargas, Aurus, Finca Valpiedra, Fernando Remírez de Ganuza, y un cada día más largo etcétera que tiene, por ahora, su rúbrica en Culmen de Lan. Es el resultado de la apuesta decidida por los taninos, el roble nuevo, las maceraciones extremas, la selección rigurosa de la uva, y el respeto por el terruño. Mérito de bodegueros de apellido ilustre como Paco Hurtado de Amézaga, heredero del Marqués de Riscal, que fue y es santo y seña del mejor rioja. Pero hay otro rioja de glorias pasadas y saludable realidad actual, tal vez injustamente eclipsada por esta vanguardia. Son los riojas que hicieron zona y patria con marcas tan cimeras como Imperial, Viña Real, Viña Tondonia, Ardanza, Carlos Serres, Prado Enea, Conde de los Andes, Bordón, Paternina, y otras. Y que siguen, con mayor o menor convicción, fieles a un estilo que en su día fue ejemplo del mejor hacer enológico español. Vinos y bodegas que representan un gusto más estilizado, donde la finura y elegancia son el mayor atributo, aunque sea a costa de descarnarse como una hermosa figura de El Greco.
El triunfo, avalado por la crítica nacional e internacional, de los vinos con más cuerpo, color, y taninos, es la consagración de una manera de entender la calidad de nuestros tintos más actuales. Pero no debe hacernos olvidar a nuestros clásicos, sin cuya referencia habríamos perdido toda base de juicio. En alguna de estas bodegas he disfrutado con sus añadas míticas, vinos que aun se mantenían frescos y llenos de salud. Cosechas de los años 22, 28 ó 31, todavía conservaban aromas de fruta y frescura en el paladar; y no digamos de los legendarios 48 o, más reciente, el 64, uno de los grandes del siglo, que todavía sigue dando lecciones de estilo, tan vivito y coleando como algunos del 90.
Hemos querido saber cómo están nuestros clásicos riojanos, desde el rigor y la imparcialidad de una crítica capaz de superar sus gustos más personales. Porque el esplendor de la vanguardia no debe cegar el conocimiento de otras realidades tan respetables como las que marcan las últimas tendencias del gusto enológico. No hay que ser setentón y del mismo mismo Bilbao para emocionarse con un buen rioja de toda la vida.

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