- Redacción
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- 2002-01-01 00:00:00
El ilusionado viaje emprendido por Primer en 1998 desde los viejos y entrañables estudios CineArte, con parada y fonda durante dos años en los floridos salones de Florida Park, ha llegado felizmente a su destino: la estación de Atocha. Allí, al abrigo del frondoso invernadero tropical, y con vistas a los andenes del Ave, cuarenta y seis bodegas de veinte zonas vitivinícolas españolas mostraron sus vinos a más de cinco mil visitantes. Si tenemos en cuenta que iniciamos el primero de los Primer con sólo doce bodegas de siete denominaciones de origen, la conclusión parece evidente: Primer se ha convertido en una muestra popular, una cita inexcusable para los madrileños amantes del buen vino joven; una fiesta que nos hermana con franceses e italianos en la promoción y gozo de los primeros vinos de la cosecha recién terminada. Y ahora que, a falta de su reválida anual, el objetivo inicial parece conseguido, es bueno recordar que ha sido un viaje no exento de dificultades, la mayor de las cuales fue su propia concepción. Porque no todos comprendieron, ni apoyaron suficientemente, nuestra obsesión por promocionar los vinos de maceración carbónica. Parecía más la aventura voluntarista de un grupo de chiflados, empeñados además en llamar a las cosas por su nombre -¿qué es eso de la maceración carbónica?- y en popularizar un vino primordial, de personalidad arrebatadora, que un proyecto serio y viable. Para unos no tenía mucho sentido dar tanto protagonismo a unos tintos de “cosechero” que, al fin y al cabo, eran buenos sólo para chatear. Para otros, las fechas de Primer resultaban demasiado tempranas, cuando no extemporáneas, como si lo que se pretendiera fuera el juicio riguroso de un grupo selecto de críticos y no el goce evaluador de las virtudes de añada y bodega por miles de personas. Pero, sobre todo, lo que pocos entendían es que el vino de maceración carbónica, que es la madre de todos los vinos, corría serio peligro de extinción debido a las dificultades que entraña su elaboración en tiempos del acero inoxidable y la fermentación a temperatura controlada, unido a los precios elevados de la uva de calidad, única con la que pueden ser elaborados. La tentación de pasarse a la crianza era y es demasiado grande, si los vinos de maceración carbónica no se valoran justamente. Y para eso hay que conocerlos. Y no de una manera superficial, sino en contacto con los propios elaboradores. Tal vez resulte un poco presuntuoso, pero pienso que el hecho de que cada año haya más zonas y bodegas elaborando excelentes vinos primeros, tiene algo que ver con este viaje de la ilusión a la popularidad. Por eso resultó tan reconfortante catar en Atocha vinos de variedades singulares y hasta ahora ajenas a la maceración carbónica como la Bobal valenciana, o la Garnacha tintorera de Almansa. Dos excelentes vinos nuevos que, junto a la Monastrell murciana, la Mencía gallega y leonesa, la Listán Negra canaria, o la gloriosa Tempranillo en sus versiones riojana, manchega y zamorana, han dado vida al último Primer. Una excelente cosecha, la del 2001, llena de gozos sin sombras. Carlos Delgado