- Redacción
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- 2002-02-01 00:00:00
Un viaje por la costa levantina, de Valencia a Murcia, pasando por Alicante, puede deparar más de una sorpresa enológica al amante del vino con personalidad, harto de la “tempranitis” que nos invade, saturado de “cabernetmanía”. Por supuesto, no se trata de descubrir Eldorado, ni de caerse del higo, como si no tuviéramos noticia de estas tierras donde el Mediterráneo dibuja microclimas con las suaves colinas, la cal, la arcilla y la piedra. Pero eran gloriosas excepciones a la regla común del granel poderoso y bien pagado.
Aquí hubo una vez un francés enamorado de la Mourvèdre, que es como ellos llaman a nuestra Monastrell, que quiso vivir en la arcadia del viñedo original y enseñó a los lugareños el tesoro que encerraba una uva tan rentable como menospreciada. Aquí, Agapito Rico, pionero en tantas cosas, hizo en el Carme un diseño de Valle del Napa mediterráneo. Sólo y solitario, sigue predicando con el ejemplo, ahora en El Sequé, donde el olivo y la palmera dibujan horizontes de grandeza. Aquí, Ramón Castaño, porfiado e insatisfecho, perfiló un proyecto que alberga hoy los mejores vinos de la zona. Aquí, Casa Castillo reivindicó el pie franco, puso cara a la filoxera y arrebató a la uva su verdad primigenia y mineral. Aquí, Felipe Gutiérrez de la Vega, corazón aventurero y alma de cántaro varada entre viñedos, ha conseguido desvelar las falsedades del fondillón para ofrecernos un tinto dulce cargado de fruta hasta el paroxismo.
Y luego vinieron otros, todavía pocos, pero ya suficientes. Como Olivares, y su dulce de ensueño, Como García Carrión que se olvida por un momento de los envases multimillonarios para demostrar que se puede ser grande en lo pequeño. Como Gil, ingeniero aeronáutico que despega ahora hacia lo alto en Luzón. Como Casa de la Ermita, como San Isidro, como García Plá... Y luego llegó Partal y nos descubrió, a la callada, Bullas.
Y todo gracias a una de las cepas españolas más fascinantes, de poderoso carácter, expresividad complejísima, paladar hedonista, sutil. Hablo de la gloriosa Monastrell. Sí, de aquella uva a la que extraían vinos de oxidaciones inesperadas, del pan de higo y la algarroba seca, que emocionaba de puro maltratada, que anclaba su filigrana organoléptica en tres notas sin gracia. Pero ahora, el cacao, la fruta negra y roja, la aceituna negra, el mineral, la subterránea seta, el bajo monte y la flor silvestre o ajardinada. La Monastrell en su gloria desvelada.
En Alicante, Yecla, Jumilla, Utiel-Requena, Almansa, Bullas, donde reina y arrasa el granel, los vinos de “pasto” y doble pasta, la mediocridad, el grado alcohólico, y los precios de uva irrisorios, cuando no insultantes, se están dando pasos de gigante para andar a lo grande por el mundo. Carlos Delgado