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Hablando en plata: El zoo de cristal

  • Redacción
  • 2011-09-01 00:00:00

¿Cuántas copas necesita una persona? Según los fabricantes de cristal más relevantes, varias docenas. Pero si quieren saber mi opinión, les diré que basta con un solo modelo. El armario lleno de ropa y nada que ponerse: las mujeres ya saben a qué me refiero. A mí me ocurre lo mismo con las copas. Desde hace algunos años se ha puesto muy de moda disponer de una copa adecuada para cada tipo de vino: la copa para Riesling, la de Chianti, el tulipán para el champán, copas para blancos y para tintos de Burdeos, para vino de hielo y de arroz, copas para cada variedad de uva, desde la A de Albariño hasta la Z de Zweigelt. He de reconocer que también yo soy una víctima de la moda: en mi vitrina ostento 13 modelos diferentes, un verdadero parque móvil de copas, todas preciosas pero lamentablemente algo empolvadas, pues son tan poco ponibles como unos zapatos de diseño con tacón de ocho centímetros. Por ejemplo, las enormes copas de balón, que limitan el número de invitados a cuatro, pues en la mesa no hay más sitio (eso sí, al final de la velada los cuatro estarán especialmente alegres gracias a la capacidad del cáliz). Tengo otro modelo tan caro que uno apenas se atreve a reírse, por temor a quebrarlas. Y en general es asombroso constatar cómo muchas copas bonitas se autodestruyen, rompiéndose sistemáticamente al fregarlas (¿será una estrategia comercial?). ¿Una copa inadecuada aniquila el vino? Claro que no es mala idea acentuar los encantos de un vino con la forma de la copa. El hecho de que la copa efectivamente desempeña un papel decisivo en la percepción de los aromas no es un truco publicitario, sino una certeza científicamente probada y fácilmente comprobable por cualquiera de nosotros. Hagan la prueba, escancien el mismo vino en dos copas distintas: una de tamaño medio, ligeramente panzuda y estrechándose hacia el borde, la otra con un cáliz pequeño y el borde curvado hacia el exterior. El nivel de vino ideal: no más de un tercio. Ahora hagan el análisis olfativo. El resultado: en la primera copa, el vino olerá frutal o floral o especiado o ahumado o terroso o mineral... En definitiva, como huele el vino. En la segunda copa, sin embargo, no olerá a nada. Georg Riedel, fabricante de copas y pionero de los modelos para varietales, en las catas de demostración suele alzar en el aire una de estas copas mientras exclama: “¡Esta copa significa la muerte para cualquier vino!” Y tiene razón, pues el motivo es simple: las moléculas olorosas evolucionan en contacto con el aire, pero son volátiles y se dispersan si no las atrapamos. Para ello es necesario que la copa sea bastante grande, un poco más cerrada hacia su borde superior y con suficiente diámetro. La zapatilla deportiva de las copas Sí, es cierto: los sopladores de cristal realmente son capaces de configurar el tamaño, la curvatura y el volumen de la copa de tal modo que los aromas de determinadas variedades y tipos de vino se presenten del lado más favorecido. Pero, solo por ello, ¿es necesario poseer una copa especial para cada uno de los tipos de vino? Me atrevo a dudarlo. Rara vez saco una copa para un varietal específico del cementerio de los vasos olvidados, quizá cuando tengo que enfrentarme a un vino especialmente rebelde, por ejemplo un Burdeos que aún no ha alcanzado su madurez óptima, circunstancia que, por desgracia, solo se descubre una vez abierta la botella. La copa adecuada puede ser capaz de domar a la fiera. Pero, en mi opinión, para la mayoría de los vinos este ejercicio es un lujo: posible, pero innecesario. Puede ser mejor opción abrir la botella un rato antes y, si es necesario, dejar respirar el vino en el decantador. En mi vida cotidiana, siempre utilizo la misma copa, un buen modelo que responde a todos los criterios importantes y cuesta diez euros. Dicho de otro modo, la zapatilla deportiva de las copas de vino: combina con todo, dura mucho, no requiere cuidados especiales, tampoco le falta estilo... ¡y es tan cómoda!

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