- Redacción
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- 2013-11-04 10:03:54
Las descripciones de vinos generalmente terminan con una valoración global que, más que indicar un valor absoluto, sitúa al vino en el contexto de los demás vinos en una misma cata
Son cosas que pasan: hace algunas semanas caté, junto con mi compañero de profesión Benjamin Herzog, vinos de Syrah suizos y alemanes. Entre ellos había un vino de Wallis de 2010, que valoramos unánimemente con 14 puntos. El productor no quedó satisfecho con esta calificación y escribió a mi colega: “Estimado señor, nos ha sorprendido que el vino que le enviamos no haya logrado pasar a la clasificación final. Para su información, Jancis Robinson valoró esta añada de 2010 con 17 puntos…”
Poco después, se puso en contacto con nosotros Rudolf Knoll, que acababa de terminar la valoración de las pruebas finales para el Premio Alemán al Vino Tinto. Allí, el jurado había calificado con 17 puntos un Syrah al que Herzog y yo habíamos otorgado 15 puntos en otra ocasión. ¡Vaya embrollo!, opinaba.
Escuchar al vino
No, estimado colega, no es un embrollo. Son cosas que pasan. Y tampoco es un escándalo, querido amigo, que Jancis Robinson en Londres valore un vino de manera distinta a la redacción de VINUM en Zúrich. En las catas, de lo que se trata es de valorar honestamente un vino aquí y ahora, dialogando con él, digamos, y describirlo adecuadamente. Cada vino tiene su historia que contar y nosotros, los críticos, debemos escucharla. Tenemos que intentar comprenderlo y describirlo independientemente de su precio o reputación, de lo que nos cuentan los productores y de lo que han escrito otros críticos. Por eso, en VINUM nos tomamos tiempo para catar: para redactar nuestras catas probamos treinta vinos en tres horas. Lo podríamos hacer en la mitad de tiempo (veinte vinos por hora es lo habitual en los paneles de cata), pero tendríamos que ser menos meticulosos, por no decir menos honestos.
En la ficha de cata está la calificación. Pero la nota es menos interesante que el texto de la descripción, porque no informa sobre la verdadera condición del vino ni si podría responder al gusto del lector. Simplemente sitúa al vino en el contexto de los demás vinos de la cata. No es un valor absoluto. La nota es como una fotografía instantánea, más aún que la ficha de cata (siempre que esta no se limite a enumerar un elenco de aromas y haya captado la semántica del vino). En la próxima ocasión, en otro contexto, en otro día, en otra fase de la luna, con un estado de ánimo diferente, puede variar...
Ganar también es cosa de suerte…
Describir y valorar vinos es un asunto subjetivo y susceptible de error, incluso para catadores experimentados. Según un estudio realizado en California, tan solo un diez por ciento de los miembros de un jurado son totalmente fiables en sus enjuiciamientos. En las valoraciones de un catador medio se observa una variación de más/menos cuatro puntos, en el sistema de cien puntos. Es decir, un catador que haya calificado un vino con 90 puntos, en la próxima cata ciega puede otorgarle 86, y en la siguiente, 94. La conclusión del estudio es que ganar un premio enológico tiene mucho que ver con la suerte. Especialmente teniendo en cuenta que, al final, lo decisivo es la nota media, que no será más objetiva porque sean cinco o diez personas las que degusten y valoren un vino. Un vino que una parte del jurado califica con 14 puntos y la otra con 18 no por ello es un vino merecedor de 16 puntos exactos, por mucho que sea la media matemática. ¿Cuál es la diferencia cualitativa entre un vino con 16,21 puntos de nota media y otro con 16,22? No hay respuesta a esta pregunta. Solo hay una posibilidad: considerar las puntuaciones en su contexto y, sobre todo, ¡leer las descripciones de la ficha de cata!