- Redacción
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- 2012-03-01 09:00:00
El llamado cuarto poder, el de los medios de comunicación, y su creciente influencia sobre la opinión pública a lo largo del siglo XX, apenas sería una anécdota histórica sin el desarrollo paralelo de la publicidad desde que aparecieron los primeros periódicos diarios.
El sector de la publicidad ha sido el principal sustento financiero de la información, para bien o para mal, para animar la venta de un producto o servicio, o para manipular, que todo hay que decirlo, los estados de opinión. El crecimiento y el aumento de poder e influencia de los medios, y su independencia económica, por paradójico que parezca, resultan inconcebibles sin el apoyo financiero que el sector publicitario ha brindado a los medios de comunicación periódica durante más de un siglo.
Y digo paradójico porque la compra de información sesgada o la defensa subvencionada contra la crítica adversa ha sido mucho más discreta en el mundo empresarial que en el político. Y paradójico también, porque la independencia económica que aportó siempre la publicidad a los medios de comunicación donde se insertaba ha sido, con mayor o menor fortuna, la que ha permitido a los medios financiar ese concepto tan etéreo y tan maltratado como es la independencia, la ética y la libertad de información, valores imprescindibles para que funcione su complicidad con los lectores, los destinatarios del mensaje.
Hasta que llegó la crisis y mandó parar
Una crisis que ya no es solo económica, con la depresión brutal del mercado publicitario, donde las publicaciones, radios y televisiones pelean por las migajas del gran banquete de los famosos mercados, sino una crisis de identidad, una revolución que comenzó con Internet y que está poniendo en entredicho el futuro de los medios de comunicación como hasta ahora los entendíamos. Poderosos grupos empresariales que no quiero nombrar y que han visto sus ingresos publicitarios reducidos a una quinta parte se debaten ahora ante el dilema de cerrar el negocio, perder influencia, perder puestos de trabajo y hasta perder… la dignidad, mendigando campañas de publicidad a precios de limosna. Sin la publicidad, sea en su forma tradicional o en otra aún por inventar, la existencia misma de los medios está condenada. Lo que en tiempos no tan remotos formaba parte de esa “otra información” que alegraba las páginas de las publicaciones especializadas, con tanta o más autoridad que el propio editorial del director, está abandonando a los medios a su suerte, dejando en su huida huérfanos también a los lectores. En el caso del sector al que pertenecemos, donde las cabeceras van desapareciendo en un lento goteo, no son ajenas la caída de las ventas y consumo de vino -posiblemente la actividad económica con más peso en el sector agroalimentario- y el considerable y suicida olvido en el que lo ha sumido la Administración.
La unión hace la fuerza,
queremos suponer
Por eso hemos unido en un mismo ejemplar dos cabeceras de referencia en el sector: MiVino y Vinum, procurando, con las características propias de cada publicación, abarcar un más amplio público objetivo y animar, de paso, ese mercado publicitario sin el que toda independencia y rigor resultan imposibles. Porque esa es otra: la desaparición de los medios de comunicación amenaza con empobrecer paralelamente el mensaje publicitario. Sin la existencia del soporte serio y fiable de las publicaciones que han demostrado su independencia y rigor a lo largo de los años, la publicidad perderá parte de su autoridad. Y el lector terminará añorando aquellos tiempos en que el mensaje publicitario de las revistas especializadas, más que publicidad, formaba parte de la información, visualmente bella y atractiva, éticamente honrada, económicamente eficiente.