- Redacción
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- 2012-12-01 09:00:00
A algunos vinos les añaden pan de oro, a otros los entierran en fosas. Es increíble todo lo que se les ocurre a los estrategas del marketing para vender sus vinos.
Una buena botella de vino ya en sí es un acontecimiento. Pero muchos productores no lo consideran suficiente, al menos como argumento de ventas. O eso parece cuando se leen las muchas y muy espectaculares historias que se cuentan, con fines comerciales, acerca de estos productos. Tomemos como ejemplo una leyenda que rodea a un tinto del cantón de Wallis: un vinicultor y montañero embotella un ensamblaje de Pinot Noir y Humagne Rouge, ¡dedicado a los sherpas de Nepal! Una de esas botellas estuvo hace algo más de dos años en el Everest… ¿Se notará en el sabor de las otras 15.000 botellas que se producen anualmente? Por lo menos una parte de cada botella vendida se dedica a la formación de estos porteadores de la región del Himalaya.
Exclusividad como idea publicitaria
En dirección diametralmente opuesta se mueve Cavas Submarinas en Girona. Se presenta como la primera bodega submarina de Europa, pero si nos surmergimos un poco más nos encontramos con el negocio de un centro de buceo que ofrece lúdicas inmersiones en busca de botellas bajo el agua. Por su parte, Bajoelagua Factory ha creado el primer laboratorio submarino de envejecimiento de bebidas, proyecto en el que colaboran varias denominaciones de origen. Bajo el agua y también bajo tierra. Algunas bodegas experimentan enterrando botellas de vino. ¿Se notarán estos métodos en el gusto?
Hay multitud de proyectos espectaculares que pretenden convertir uvas normales y corrientes en vinos extraordinarios. Pero estos, por lo general, no adquieren su exclusividad en el viñedo y la bodega, sino en el escritorio de los estrategas del marketing... o en las profundidades insondables de sus cerebros: así, las pequeñas cantidades sobrantes después de hacer mezclas se convierten en cuvées de jubileo para el recién inventado aniversario de fundación de la bodega. O bien se añaden hojitas de pan de oro a los espumosos, metal que, según los productores, es “sanitariamente inocuo”. Se oye hablar de barricas llenas de zumo de uva, guardadas en galerías de minas a 1.500 metros sobre el mar, porque así, según los expertos, lograrán una mayor capacidad de guarda. En la web del productor se preguntan retóricamente si será el silencio absoluto el que vuelve el vino tan inusual. Queda esperar que el volumen estridente de semejante ventosidad de marketing no interrumpa la paz de la mina.
¿Fermentan mejor al
son de cornetas de caza?
Hay que reconocer que algunos de estos trucos publicitarios son estupendos (nosotros también hemos informado sobre más de un método de producción extravagante), pero ¿realmente mejoran la calidad del vino? Tampoco es que queramos contestar a esta pregunta siempre con un no rotundo; aunque, a veces, como en el caso de la firma Sonor Wines, uno verdaderamente se pregunta si van en serio: esta empresa ha desarrollado un “Procedimiento para el Ennoblecimiento del Vino” con el supuesto fin de mejorar la fermentación del mosto. Durante esta, al tanque de acero ¡se le pone la sinfonía número 41 de Mozart! No es casualidad que esta idea haya surgido precisamente en Austria. También se puede recurrir a variantes como arias de ópera, música para escenas de caza o alguna polka. En España algunas bodegas acunan sus naves de crianza con cantos gregorianos. Actualmente, más de seis vinicultores emplean esta técnica y la empresa asegura que el producto final posee “un gusto inimitable”… Vamos, con la mano en el corazón, ¿acaso no es esto cierto para cualquier vino hecho con cariño?