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Desde Sojuela, pequeño pueblo de La Rioja, Miguel Martínez está intentando sacar adelante un proyecto de recuperación del “supurao”, un tradicional vino dulce riojano desaparecido en los años 50 del pasado siglo.
Antiguamente, y antes de la vendimia, las familias riojanas recogían sus mejores uvas y las llevaban a las “colgaderas” de sus casas, habitaciones ventiladas destinadas al secado de las uvas y donde se mantenían durante todo el invierno. Una vez pasificadas eran prensadas y se dejaban fermentar. Así era como se obtenía el “supurao”, un vino dulce de baja graduación (9-10%), muy apreciado entre los viticultores. Un vino que no solo se consumía de postre, como pudiera parecer, sino que por sus propiedades reconstituyentes, se tomaba antes y después de ir a las faenas del campo, y en días de fiestas, se daba de beber a ancianos y niños.
Una de las consecuencias de la inevitable industrialización del mundo del vino fue la venta de esas uvas de calidad a grandes bodegas. El “supurao” cayó en el olvido. Y así llegamos al año 2007. Con la ayuda de CEIP (Centro Europeo de Información y Promoción del Medio Rural), Miguel inició su proyecto de recuperación del “supurao” de rioja. Al año siguiente hizo su primera microelaboración y en el año 2010 embotelló 2.000 botellas de Ojuel, reviviendo la tradición artesanal riojana. Poco ha cambiado desde entonces su elaboración: vendimia en cajas, selección de las mejores uvas de Tempranillo y Garnacha, durante tres meses las uvas van perdiendo agua concentrando azúcares, aromas y sabores, una vez descolgadas hace una última selección de uvas, solo el 20% de los racimos se mantienen sanos hasta el prensado. Fermentan en frío con parte de los hollejos durante unos 50 días, trasiegos y embotellado. Un vino singular, tierno y de amable dulzura. Poca producción, cuidadísima elaboración y esencia dulce para rendir homenaje a sus antepasados viticultores riojanos.