- Redacción
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- 2011-01-01 09:00:00
La nueva línea del ferrocaril de alta velocidad que une, en dos ramales, Madrid con Valencia y Murcia es sin duda el escaparate vinícola más extenso y variado de este país. La inversión, que en estos tiempos no podía ser más ambiciosa, asciende a 12.410 millones de euros, una cifra que han costeado ADIF (Administrador de Infraestructuturas ferroviaria), el Minsterio de Fomento y la Unión Europea dentro de marco de Apoyo Comuinitario. La razón de esa ingente aportación se debe a que el AVE es más que un tren, es una fórmula de inversión en empleo y economía en muy diversos sectores, con unos beneficios que las previsiones cifran en 44.500 puestos de trabajo y 6.600 millones de euros en producción industrial, desde 2004 a 2016.
El nuevo AVE, que por su aspecto ha sido apodado pato, sobrevuela territorios vitivinícoslas de peso en los que sin duda dejará su impronta. Por lo pronto, en mareria de distrubución profesional, ya que vivir en Albacete, Cuenca o Requena se convierte en una opción tentadora para bodegueros inversores, para enólogos, técnicos y toda la demanda laboral que requiere el viñedo y las bodegas. Algunos expertos hacen notar también que la concentración en una línea de alta velocidad permitirá dejar libres vías para mercancías y eso podría mejorar el comercio del vino por ferrocarril, un viejo sueño que en su día se hizo realidad en villas vitivinícolas como Haro, que llegó a superar a Logroño, la capital, como foco de movimiento y economía.
Pero incluso antes de que se hagan sentir esos beneficios a medio y largo plazo, lo que sí se notan ya son las facilidades que supone el movimiento de más de tres millones y medio de viajeros para esa oferta de nuevo cuño que ha venido a bautizarse como enoturismo y a la que se suman ya numerosas bodegas de los territorios colindantes, desde la capital hasta el Mediterráneo, atravesando casi todas las ocho denominaciones de origen castellano-manchegas, tres de las murcianas y la D.O. Utiel-Requena de la Comunidad Valenciana.
El tayecto, eso sí, es un esbozo impresionista de terrenos que van del blanco calcáreo al rojo arcilloso y sobre ellos, viñas de distintas variedades, y que al final desemboca en huertas y naranjos. Desde la primera cepa en Mar de Ontigola, en Aranjuez, un privilegiado enclave de cría y vida de mariposas, a las prometedoras denominaciones de origen Uclés, Ribera del Júcar, plantaciones conquenses que bordean el río, y de allí, a Utiel-Requena. Parada y fonda en Cuenca, en la propia Requena, que se asegura así el éxito de sus ferias vitivinícolas y gastronómicas, y hacia el sur, en Albacete, donde las ventanillas se asoman a la Manchuela. Precisamente ese cruce por algunos territorios de innegable interés ecológico o paleontológico ha obligado a realizar obras muy complejas, como el soterramiento junto a Aranjuez y los osados viaductos que sobrevuelan los pantanos. La preocupación ha sido no fragmentar espacios protegidos, ni siquiera los espacios aéreos o terestres en los que se mueven especies animales protegidas, para minimizar el impacto ambiental.
“El vino en un vuelo”. Ese podría ser el eslogan al que se acogen ya viticultores, bodegueros y organismos que jalonan el trayecto.