- Redacción
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- 1997-12-01 00:00:00
Rosa Montero se confiesa amante del vino, pero solo del blanco. Asegura que el tinto -quizá porque no le gusta- le provoca dolor de cabeza. Para ella el vino es, sobre todo, una excusa para relacionarse con los demás. Así fue el encuentro entre Rosa Montero y el vino, por casualidad, cuando ella tenía treinta años: el vino era más joven y la cautivó; “empecé por una copita y me animé”.
Como escritora de gran sensibilidad que es, observa entre divertida y atónita la forma en que los críticos describen últimamente las cualidades de los vinos. “Me parece un lenguaje gracioso. Hay que reconocer que algunas palabras tienen una gran capacidad poética, sobre todo en lo que se refiere a la carga cromática de algunas de ellas. Pero también creo que algunas descripciones son ridículas”. No es extraño pues que considere que los cursillos de cata, tan de moda últimamente entre los aficionados, le parezcan una suerte de frivolidad.
Luego, recapacita, y de la consideración del vino como un producto cultural superficial pasa a concederle un papel preponderante en los países mediterráneos. Tierras, como las de España, regadas por el sol y el agua a partes iguales, donde el vino es motor y espectador de las relaciones sociales: “Entre nosotros siempre ha estado mal visto el embriagarse, es cosa de gente baja y falta de madurez. En los países nórdicos, en cambio, se bebe casi como un deporte, la gente bebe para emborracharse, no por placer ni para favorecer la comunicación”.
“En definitiva, la cultura del vino supone algo más que hacerse un cursillo para terminar distinguiendo si es de barrica o no. Creo que está más relacionado con el uso de los espacios públicos, la ocupación de la calle y el encuentro con los demás en torno a un vaso. Por eso la forma compulsiva de beber de los nórdicos les lleva al aturdimiento, no para encontrarse con las personas con las que desea compartir ideas o vivencias como hacemos los mediterráneos”.
Rosa Montero cree que con el vino -sobre todo con el tinglado de los cursos de cata y los especialistas de lenguaje imcomprensible para ella- estamos asistiendo a una gran operación de marketing, que no le parece mal pero que “no nos debe llevar a confusión”. Reconoce que, desde una óptica cultural, el aprender a disfrutar de las cosas, como en el caso del vino, ayuda a ser infinitamente más feliz, desde el momento en que ayuda a desarrollar la sensualidad de la persona.
“Observo un cambio procupante en la relación que mantienen los jóvenes con el vino: prefieren la cerveza o alcoholes de alta graduación, como la ginebra, que en cierto modo reflejan un cambio de pauta social, como si esperaran de la vida algo completamente diferente de lo que esperaban sus padres. Estos nuevos hábitos muestran una tendencia a un modo de vida más urbano, más individualista, un comportamiento socialmente más roto, menos comunicativo”.
Rosa Montero se queja de la política de ventas “poco eficaz” de los productos españoles en el exterior. “El fallo es generalizado: y prueba de ello es que vendemos aceite de oliva a granel a Italia y luego se lo compramos embotellado. ¡Y qué decir del Jerez, que se llama Sherry!...”
Rosa Montero dio el salto a la literatura desde el periodismo. Ha trabajado en varios periódicos aunque ha mantenido una vinculación especial con el diario El País, donde actualmente colabora. Escribió su primera novela, “Crónica del desamor”, con tan solo 25 años. Luego vinieron otras novelas, como “Amado Amo”, “Temblor” o “Historias de mujeres”, entre otras.