- Redacción
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- 1997-01-01 00:00:00
Me dijo que se lo había dicho Alfonso XIII. “Los mejores vinos de España empiezan por erre: Rioja, Ronda y Rota”. Así me lo contaba el príncipe -real- Alfonso de Honohole en su rondeño Cortijo de las Monjas, donde florece una primorosa plantación de viñedo, asesorada por Michel Roland y el Marqués de Griñón.
Los vinos de Andalucía, pletóricos, oriundos de la historia antigua, caen en el movimiento pendular que envuelve al mundo. “Vinum”, latinos herederos de los griegos “oinos” que han colaborado en celebrar con las civilizaciones su existencia.
El desarrollo de las culturas fueron jubilosamente festejadas “per se” con vinos andaluces. Todo lo que era merecedor de ser recordado u olvidado ha sido festejado con vinos de la Bética. Vinos cristianizados por una liturgia donde los dulces caldos meridionales tiene el mayor protagonismo dentro del acto supremo de fe. El Sur, amante de la lúdica y de las culturas, vengan de donde vengan, siempre y a pesar de todo, sentó a sus mesas mostos empajolados, caldos bendecidos por los más insolentes socios terrenales como la resina, el ámbar o el agua de mar. Vinos al fin y al cabo oriundos de la vida mediterránea. Lugar que existió para que los demás fuesen algún día algo. Posiblemente, ahora que otras regiones andan trepidantes implantando viñedos y viníferas foráneas, los vinos de las tierras del Sur se muestran imperecederos frente a la avalancha apabullante de otras regiones.
Vinos del hombre y para los hombres. Heces, madres y posos, enclaustrados en la clausura del roble, que saben más por vinos que por siglos. Siglos ennoblecedores en sus monasterios llamados bodegas. Auténticas catedrales paganas avocadas a Dionisios y Baco.
Lo que sucede es que los vinos de aquí, de Andalucía, no se conocen. ¿Cómo puedo contar los aromas de una manzanilla envejecida con cincuenta años de vida? ¿Tendría posibilidad de que aspirasen unas gotas caídas en la muñeca emanantes de efluvios que nos recuerdan perfumes atávicos? Los vinos de esta tierra son más que el fino vivo y festero. Más que unas copas a la luz solar de verano. Todo un juego cromático se abre a los cinco sentidos: Oro, caoba, dorados, avainillados, amarillos albero, oscuros y frágiles. Tersos y sedosos. Dulces y secos como la vida. Vinos que narran en sus aromas y sus tonalidades los distintos estados de la convivencia.