- Redacción
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- 1997-12-01 00:00:00
Los viajeros que a lo largo del siglo XVIII recorrieron Castilla no podían dejar de mencionar con asombro ese panorama de interminables viñas que tapizan suaves colinas; una tras otra y siempre una más, como si esta tierra, la más interior, la que no sabe de mares, quisiera imitar la monotonía de las olas.
La plantación, en la época más floreciente, llegó a ocupar casi 30.000 hectáreas del campo de Medina. Hoy es Rueda, una localidad entre Medina y Tordesillas, el epicentro de la moderna Denominación de Origen, reducida a menos de 10.000 ha. Pero eso sí, la cantidad se ha transformado en calidad y especialización.
La DO Rueda sólo califica hoy vinos blancos, aunque las experiencias con cepas tintas permiten adivinar una ampliación en el próximo futuro. La reina de los blancos es la autóctona y exquisita uva verdejo, y en función de ella, de su participación en cada vino, se clasifican oficialmente los tipos de ruedas.
En el más popular, denominado simplemente Rueda, hay al menos un 25% de Verdejo, junto con Viura y, a veces, Palomino. Si la proporción supera el 65% el vino se califica como Rueda Superior. Cuando la etiqueta señala “Verdejo”, indica una proporción por encima del 85%; y, si se bautiza como “Varietal”, significa que no entra ninguna otra uva en su composición.
Esa es la rigurosa norma que ha prestigiado los llamados Blancos de Mesa, pero las bodegas no olvidan la herencia, la tradición, y siguen elaborando en menor cantidad vinos generosos, el Pálido Rueda y el Dorado Rueda. Son vinos criados durante cuatro años, que han de permanecer en barrica durante los tres o los dos últimos, respectivamente. El método es el conocido como “crianza en flor”, un peculiar sistema que ha dado fama a los generosos de Jerez, y que confiere a los vinos un buqué excepcional, con tonos de frutos secos y una frutosidad enigmática y sugerente como pocas. Para conseguir que el vino desarrolle esta capa de levaduras y pueda surgir la lentísima crianza biológica, el vino se encabeza con alcohol hasta obtener 14% en el caso de los Pálido y 15% si se trata de un Dorado, que adquiere su color característico al que debe su nombre por exposición al sol.
No hay duda de que la mayor cantidad de Verdejo es exponente de calidad, pero su aroma y su gusto tan pronunciados, tan característicos, obligan a seleccionar cuidadosamente cuál de los tipos se adecua a cada ocasión y como acompañamiento ideal de cada plato. Esto merece capítulo aparte. Baste decir por ahora que la amplia versatilidad de los vinos de Rueda, en cualquiera de sus formas, permite acompañar la mejor gastronomía, desde el primero al último plato.
Pero la uva autóctona Verdejo, en cuyo magisterio se asienta el prestigio de Rueda, se ha hermanado con la Sauvignon blanc, la reina del Loire, en un ejemplar ensamblaje que permite ofrecer al consumidor un blanco de aromas frutales más acusados, con notas tropicales y cierto aire internacional, sobre todo si se trata de un Rueda Sauvignon, tipo de vino elaborado con el 100% de este varietal.
Completa la gama el Espumoso Rueda elaborado por el llamado “método tradicional”, que no es otro que el famoso “champenoise”, aunque no se puede mencionar en la etiqueta por exigencias comerciales de los inventores, los champaneros franceses. Un espumoso en el que debe participar como mínimo un 75% de uva Verdejo y tener una crianza en botella de al menos nueve meses. El vino ideal para el brindis navideño.