- Redacción
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- 2002-09-01 00:00:00
Proa hacia la montaña. En la cumbre el mástil de un campanario medieval y, a popa, una interminable estela de surcos y vides que cambian de color a lo largo del año. Es el collado de Laguardia, capital y corazón de la Rioja Alavesa, una zona bien diferenciada dentro de DO Rioja ya que, incluso en la distribución geopolítica, se sitúa en Álava, en el País Vasco. Son 10.000 hectáreas de viñedo que se extienden desde la falda de Sierra Cantabria hasta la ribera norte del Ebro, terrenos en terraza, en una orografía escarpada, entre 400 y 800 m. de altura sobre el mar.
Diferencias que, desde el alimento de las cepas en la tierra hasta la peculiar elaboración en bodega e incluso la estructura de éstas, se traducen en vinos distintos. Tradicionalmente se vienen conservando dos estilos: el de los pequeños cosecheros que producen vinos jóvenes con claro recuerdo de la uva, alegres, muy populares, basados en una original variante de la maceración carbónica; y, en contraste, la línea de las grandes firmas que han hecho historia, los visionarios como el pionero Marqués de Riscal que, a base de sólidas inversiones y de avanzados profesionales, modernizaron los sistemas de elaboración, instituyeron la práctica de la crianza en barrica y, en resumen, gestaron el prestigio y la fama del Rioja de este siglo.
Unos y otros se basan en una naturaleza ideal, un suelo equilibrado, entre arcilloso y calcáreo, una tierra protegida de los vientos húmedos del norte gracias a la Sierra de Cantabria. Tierra seca y sana, de cielos soleados, lluvias adecuadas y una caprichosa combinación de clima atlántico, mediterráneo y continental. Más aún, ese capricho y la estructura del territorio generan microclimas bien diferenciados, y con ellos, la posibilidad de personalizar vinos de pequeños pagos, la fórmula exquisita de los “châteaux”.
Las variedades de uva, transformadas en vinos varietales o en coupages, favorecen ese trato personalizado. Este es el reino del Tempranillo que ocupa un 80% de la producción, pero los bodegueros han mantenido la Graciano autóctona, Mazuelo y algo de Garnacha y, entre las blancas, Viura y Malvasía. La calidad que alcanza aquí la Tempranillo es insuperable por las características de terreno, cultivo y clima. Gracias a la feliz conjunción de estos factores se pueden elaborar desde vinos al estilo tradicional, hasta los muy cubiertos que el mercado actual demanda.
Su personalidad, la exquisitez de estos vinos se basa en el equilibrio de fuerza y delicadeza, de inconfundible aroma y sabor pleno pero exento de agresividad, de acidez notable, de astringencia. Un milagro, una finura, que no solo vienen consiguiendo los criados en roble sino los jóvenes, los de cosechero.
Las plantaciones propias, atendiendo a la calidad por encima de la cantidad o facilidad de mecanización, las vendimias cuidadosas, el mimo y la innovación en bodega y la experimentación de crianza combinando roble francés y americano son el sólido sustento de un vino para el futuro. Eterno.
Virtudes de la tierra, la uva Tempranillo y sus diversas elaboraciones que pueden comprobarse en dos extraordinarios vinos: Luberri ‘97 y Remelluri Gran Reserva ‘90.
El primero es uno de los mejores tintos de “cosechero” elaborado por el tradicional método de “maceración carbónica”, obra de Florentino y Josean Martínez. Tiene una impresionante viveza y frescura natural, con la acusada frutosidad del varietal que recuerda la zarzamora, y un paladar goloso. El segundo es la obra cumbre de una bodega que desde sus inicios ha buscado la calidad como expresión. Telmo Rodríguez, su Director Técnico, ha logrado imprimir una fuerte personalidad a sus vinos, con un diseño moderno sin renunciar a la tipicidad riojana. Así, a los aromas de crianza característicos, con las notas de vainilla y fruta del bosque, se añade un buqué elegantísimo, fruto de una excelente crianza en botella. Finura y expresividad en uno de los grandes y renovadores tintos de la Rioja alavesa.