- Redacción
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- 2011-06-01 00:00:00
Los vinos cada vez tienen más volumen de alcohol. La culpa es del malvado calentamiento global, según muchos vinicultores. Mentira y gorda: únicamente el hombre comete errores que tienen como resultado bombas alcohólicas. Con la edad, mi umbral de tolerancia se va reduciendo cada vez más, y hay dos cosas que me dan dolor de cabeza: los lemas altisonantes y el exceso de alcohol. Si las dos se producen simultáneamente, pierdo los nervios y las emociones se disparan. Tan solo la última onza de sensatez de mi superyó enteramente pacifista me ha retenido, evitando que me lance a la yugular del vinicultor que, con la altanería del convencimiento, me explicaba: “Sí, hemos embotellado vinos con un 15,5 por ciento de alcohol. Pero no tengo ni idea de a qué se debe. ¿Qué podemos hacer contra los designios de la naturaleza?” ¿Y qué diablos tiene que ver la naturaleza con la estulticia de los humanos? Si quisiera adelgazar diez kilos, ¿acaso untaría un kilo de mantequilla en pan como colchón para el foie de oca, todo ello sirviendo de base para una grasienta chuleta de cerdo, y luego me quejaría de que la naturaleza es la culpable de que no quepa por la puerta? Un comentario al margen, para las lectoras que quizá se preocupen por mi peso: gracias a la naturaleza, el contorno de mi barriga se encuentra estable desde hace años y tengo el colesterol por debajo de los límites legalmente permitidos. Me alimento de manera sana y verde, y los supermonstruos que me envían para catar los diluyo con agua pura del grifo hasta lograr valores soportables de concentración y grados de alcohol. El bacilo asesino, el ser humano ¿Será el cambio climático la cabeza de turco? Dejando a un lado el hecho de que no ha sido la naturaleza la culpable del calentamiento global, sino el hombre con su comportamiento irresponsable -y cuanto más lo pienso, menos creíble me parece la teoría de que la humanidad es una parte planificada de la naturaleza; la humanidad me la imagino más como una especie de bacilo asesino desbocado y sin control-, la decisión sobre todos los demás parámetros en el proceso de maduración de la uva pertenece al hombre. A saber: elección de la ubicación (del terruño, como lo llaman los soñadores incorregibles que aún creen en lo bueno del viñedo), abono base, elección del portainjertos, elección de la variedad, poda, selección de la uva en verde, poda de hojas, decisión de la fecha de la vendimia y mucho más. Por no hablar del trabajo de bodega. Beber sin mal despertar Quien reduce su abanico de variedades a una sola, a ser posible dulce y que esté de moda, aun teniendo la posibilidad de elegir entre varias (¿cómo era aquello del ensamblaje, que permite producir vinos complejos y equilibrar oscilaciones climáticas?); quien incrusta portainjertos extremadamente productivos en una tierra empapada en abono; quien tiene que recurrir a la vendimia en verde, que no es una solución mágica sino una intervención quirúrgica, una operación de liposucción, para poder seguir pecando impunemente; quien en agosto deshoja las cepas hasta desnudarlas tanto que parecen una selva vietnamita tras un ataque aéreo de Estados Unidos con el herbicida llamado agente naranja, y quien deja las uvas secarse en la cepa hasta estar seguro de ser el último en vendimiar, mejor si está documentado por cámaras de televisión; quien macera estas uvas durante un mes, naturalmente añadiendo levaduras seleccionadas modernas, cuyo aprovechamiento de alcohol es mucho más elevado que el de las levaduras naturales, y luego hace responsable de los resultados a la naturaleza, ése debería cambiar de profesión. ¿Dejaríamos los mandos del avión a un piloto que solo atina a aterrizar en la pista si no hace viento? Quizá sea necesario algo así como un manifiesto del alcohol. Bebedores de todos los países, uníos. ¡Luchemos juntos por el placer de beber sin mal despertar al día siguiente!