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Vinoble, la gran cata de los más raros nobles y exquisitos vinos del mundo

  • Redacción
  • 2002-10-01 00:00:00

La tierra de albero en los jardines del Alcázar parecía preparada para una gran faena. Corrió la voz y los jerezanos menudeaban a las puertas para ver sacar a algún catador arrastrado por las mulillas. No eran más que bulos, maledicencias. Claro que el trabajo era duro, no todos los días se catan de golpe una quincena de Sauternes, la serie completa de los ”vinos de hielo” austríacos y la inacabable de las soleras centenarias de Jerez. Pero ese trabajo no mata, revive.
Y eso ha sido VINOBLE, durante los días 23, 24 y 25 de Septiembre: un canto a la vida y a la vitalidad de los grandes vinos generosos, dulces y licorosos del mundo. Y a la buena vida, al placer de los sentidos de cuantos acudieron a esa consagración.

Vinos de meditación

Durante tres días el recién restaurado Palacio de Villavicencio jerezano se convirtió en escaparate, en altar, de gran parte de los vinos que a lo largo de la historia han alcanzado la categoría de excelsos. Nombres sonoros y míticos como Marsala, Rin, Oporto, Tokay, Jura, Tarragona, Madeira, Mosela, Valpolicella, Montilla, Crimea... pasaron de la leyenda a la copa, y el verbo se hizo vino.
El escenario era inmejorable para una ceremonia de tal alcurnia. El palacete burgués, elegante y luminoso renació y se decoró para lo ocasión con un lujo de detalles. Las ricas maderas de suelos, puertas de doble hoja, balcones con vidrios emplomados se hermanaban con el toque cálido y falsamente popular de las esteras naturales, los veleros de arenas de colores o los vidrios de las discretas escupideras policromadas con dibujos de uvas y pámpanos.
El espacio, respetando la distribución de las habitaciones originales, permitía una intimidad y un reposo en cada stand, el necesario para curiosear a fondo, para degustar con calma cada catálogo y apreciar hasta las mas sutiles diferencias de una oferta, en muchos casos, conocida hasta entonces sólo por los más expertos profesionales.
Permitió, sobre todo, aprender. Y eso no es frecuente en la vorágine de un Salón o de una Muestra al uso. Conocer y aprender en una corriente de dos sentidos: los extranjeros dejándose seducir por vinos españoles de los que apenas tenían noticia, y los de aquí sorprendidos ante la diversidad de joyas que no están representadas en nuestro mercado.
En esa línea, los expositores rivalizaban en actividad y atención, con talante didáctico y acogedor, con respeto y hasta mimo hacia cada visitante. No se trataba de enseñar sus botellas bien presentadas en las estanterías sino de incorporar aromas y gustos al paladar y a la memoria.

Catando en la mezquita

Así también, en la sala de cata general -de cata y recogimiento- habilitada en lo que fue mezquita del Siglo XII y posterior capilla cristiana, se sucedieron las conferencias y pruebas comentadas por los propios elaboradores, por bodegueros o expertos internacionales. Catas horizontales o verticales, para dar a conocer o comparar añadas de una bodega, marcas de una zona o denominación o el resultado de producciones similares de distintas zonas y países. Un serio juego sensual que se fue completando con los laboratorios del gusto en busca de maridajes ideales entre vinos y bocados como quesos, foie-gras, dulces o chocolates.
Como maestro de ceremonia, el Ayuntamiento de Jerez en la persona de su alcalde, Pedro Pacheco, radiante por el éxito de una idea en la que su ciudad, su tradición vinícola y el encanto urbano cobran justo protagonismo. En la organización, la solidez profesional de Vinum como conocedora del sector y de los vinos del mundo.
La próxima cita de este salón bienal coincidirá con el redondo año 2000, un largo plazo tras un aperitivo tan tentador.
No cabe duda de que, mientras tanto, la información y los contactos propiciados por la reunión en VINOBLE se harán sentir en el reconocimiento y el aprecio de vinos tan excelsos y tan injustamente soslayados en el mercado, en las cartas y en las preferencias de los aficionados, muchas veces por simple desconocimiento o por falta de hábito para situarlos en la compañía y en el momento idóneos para la degustación.

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