- Redacción
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- 1999-01-01 00:00:00
De pronto, en un recodo de la carretera, en un paisaje invernal, anodino, un cartel anuncia: Somontano. Y es como si el telón se abriera a un nuevo decorado. Sobre la tierra reseca y dormida crecen ahora enormes rocas de granito, esculturas redondeadas, amenas, contrastes de luces y sombras, oquedades y musgos. Y al fondo se despliega como un mural la montaña, los Pirineos aún hambrientos de nieve, impresionantes y no como amenaza, sino como una muralla que defiende el llano, el somonte, que protege del viento pero atesora la lluvia en la justa medida.
Las laderas, que parten apenas de 400 metros sobre el mar -suelo profundo pero rudo y pobre- sustentan vides diversas, algunas tan originales, tan propias como la Moristel, la blanca Alcañón o la Parraleta y, con una limitada producción, concentran lo mejor de cada variedad.
Y allí entre prados de pasto y bosquecillos ralos, el ladrillo visto anuncia la nueva bodega. Es esta una rara herencia. En el subsuelo, los antiguos lagares se han transformado en rimas de botellas donde reposan las reservas. A la vista, varias naves sobrias salpicadas de detalles de diseño sorprenden y hasta desconciertan al visitante.
Y es que Pirineos es la imagen de un renacimiento, de una renovación dinámica y ejemplar.
La cooperativa de Barbastro, nacida en los años 60, sobrevivió en la tradición y hasta en la rutina de su condición hasta el año 93. Desde entonces se transformó en una empresa de estructura compleja e inteligente, una sociedad en la que la cooperativa supone una quinta parte. Pero lo más importante de ese acuerdo es lo que atañe a la calidad de la producción, de los vinos.
Con esta nueva estructura, los 200 viticultores aportan sus uvas a la bodega y ésta mantiene el compromiso de compra, como siempre; pero la bodega puede seleccionar y valorar la aportación de cada uno, la de cada parcela de las 900 hectáreas que controla. Así, la diversidad de calidades y variedades se traduce para el agricultor en primas y penalizaciones, en diferencias de precio muy sensibles (cinco veces más la uva superior) y para el vino en la especialización, en varietales y en “crus” de pequeños pagos.
Vendimia con cita previa
Porque, por supuesto, la vendimia de cada uno se recibe y se procesa por separado. Con un método tan sencillo, tan evidente que solo el genio podía descubrir: la “cita previa”. Es la recepción con fecha y hora, sin agobios, sin esperas, marcada por la planificación y el seguimiento constante de cada viña.
Todo esto, así escrito, puede dar una fría imagen, economicista, tecnológica... Pero basta conocer al equipo para descubrir lo que hay de humano, imaginativo, genial, entusiasta y visionario en esta gran casa. Basta probar algunas muestras del amplia catálogo de sus vinos -los Montesierra Macabeo de vendimia tardía, el monovarietal de Moristel, el reserva Señorío de Lazan, que suma Tempranillo y Cabernet sauvignon...- para comprobar que ese espíritu es la semilla de una obra muy sólida, con garantía de futuro.
Así el espacio de la bodega ha crecido de tres a siete mil metros, la exportación, de un testimonial 4% al 40%, la elaboración alcanza cuatro millones de kilos de uva y las ventas, dos millones de botellas.
Y por contraste, y aun por encima de las cifras, es una obra exquisita, mimada, caprichosa. Sus vinos son sueños que se hacen realidad y, para colmo, coinciden con el gusto, con el sueño del bebedor.
Todo empieza con una idea evanescente. Javier, el enólogo, piensa en voz alta. ”¿Y si probáramos a fermentar de esta otra forma esta variedad de tal viña?” “¿Y si intentamos extraer más color de... ?”
Y así se programa el trabajo futuro. Las vides se diseñan como una obra arquitectónica o una escultura, en el estilo de enología-control que aportó Australia. La elaboración apuesta por el vino-ciencia frente al vino-arte y por el concepto de “trazabilidad” donde cada virtud o defecto en la copa encuentra su causa primera siguiendo un hilo inconfundible y ajeno al azar a lo largo de todo el proceso, de cada cepa a cada partida, a cada botella, pasando por las 2.500 barricas con su código de barras. Es ésta una de tantas innovaciones que la bodega prueba, como pionera de modernidad, buscando lo mejor, lo más eficaz de la tecnología puntera.
Prueban, usan, modifican, disfrutan como un niño con el juguete más revolucionario. Juegan, muy seriamente a la diversidad -a recuperar uvas autóctonas y probar el resultado de las de todo el mundo en Somontano- a la calidad en cada paso del proceso y a la comunicación, a mostrar, informar y apuntalar ese nombre en la memoria de los aficionados de todo el mundo.