- Redacción
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- 1999-02-01 00:00:00
Hay gente, vinos y momentos para todo. En el catálogo de las bodegas de Rueda, las distintas formas de elaborar la Verdejo sirven para resaltar un plato, para dar categoría a un menú, para señalar un momento digno de recuerdo, para celebraciones multitudinarias, para ceremonias íntimas... Incluso para fines tan sencillos y primarios como refrescar los ardores del verano o calmar la sed de la forma mas sabrosa.
Pero hay vinos que están por encima de cualquier utilidad práctica, tragos que trascienden esa trivialidad del mismo modo que una obra de arte -un cuadro sublime- excede la idea de objeto decorativo.
Se trata de los fermentados en barrica. Un procedimiento que eleva la acción de la naturaleza, el proceso físico-químico mas básico, a la complejidad mágica de la alquimia y a todo lo que hay detrás de ella: pensamiento, sensualidad, historia, fantasía, reflexión, búsqueda...
La historia de la barrica de madera empieza, como tantas otras, sin otro fin que el utilitario, el de servir de recipiente de transporte, más resistente y manejable que la cerámica. Las barricas son fuertes y duraderas, y cuando hay que trasladarlas a brazo partido ruedan e incluso flotan. Pero hay más. Con el uso, cuando una carga se demora, el que la envía o el que la recibe descubre que el vino que sale es mejor que el que entró. Que aquella cuba, como un sombrero de mago, ha convertido un simple pañuelo de color en una palomita que aletea alegremente en el paladar. Y así los mejores vinos fueron encontrando su tiempo adecuado en bota, aun cuando ya se transportaran y se expendieran en vidrio.
El segundo paso no es tampoco nuevo, aunque sí la moda y, más todavía, la aplicación a los delicados vinos blancos y el descubrimiento de que se adecua perfectamente a la estructura y la fineza de la uva Verdejo. La idea parece evidente: si el vino extrae de la madera, solo por efecto del tiempo, cualidades que lo perfeccionan, llegará a lo sublime si se gesta, si vive activamente en ella. Y así se hace. El mosto recién prensado entra en los barriles y es allí donde las levaduras lo convierten en vino en un proceso a la vez tierno y violento que amalgama la nobleza de la uva y la madera.
Los Rueda así elaborados conservan la peculiaridad de la uva Verdejo pero cobran una profundidad, una riqueza de planos sucesivos y una permanencia que los convierte en tragos de meditación, de reflexión sensual. La mejor compañía no es entonces un plato o un bocado -aunque mejora a muchos- sino, en sentido estricto, una buena compañía, un par de sillones de orejas frente al fuego y una conversación sabrosa, pausada, reflexiva... a lo sumo una partida de ajedrez mientras cae la tarde, mientras sale la luna. La copa invita.