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La sorpresa fue mayúscula. Al descubrir la botella del tinto que había obtenido la mejor calificación, la de impecable, que se traduce en un Gran Bacchus de Oro, no apareció, como cabía esperar, una marca archisabida o una zona clásica, sino un Cigales, el Calderona, que hasta hace poco se asociaba a la fama de sus rosados. Sin embargo el premio no es fruto del azar sino del concienzudo trabajo que viene desarrollando la familia Frutos Villar desde comienzos de los años 60, tanto en Cigales como en Ribera de Duero y Toro. La sabia combinación de Verdejo, Albillo, Tempranillo y Garnacha afamó al Calderona Rosado, fresco y aromático, como marca la tradición y la innovación en la zona. Pero su sueño era conseguir un tinto con carácter, con personalidad y en la línea de los vinos de alta expresión. Por ello plantaron el primer Tempranillo de Cigales. Hoy son las cepas más antiguas, y a base de control y mimo han conseguido el alto reconocimiento para este crianza 96. La competición es seria y dura. 844 vinos de 14 países se sometieron al juicio de 37 catadores internacionales, y la solvencia de la UEC y el peso de la Oficina Internacional de la Viña y el Vino confiere al premio un gran valor, refrendado por el Ministerio de Agricultura. Sólo tres de los vinos catados lograron el Gran Bacchus: junto con Viña Calderona, el blanco Guitián de uva Godello fermentado en barrica, y un generoso de Montilla Moriles, el Ceriñola, de Navisa.