- Redacción
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- 2001-12-01 00:00:00
Podría repetir la consabida desgana de cada Navidad, esa postura distante más que despectiva, tan elegante, descreída, racional... Pero nunca me sale bien. Al final las ácidas campanitas acaban batiéndome los sesos y, ya en ese estado, un mínimo detalle, una visión, un recuerdo, una visita, una luz parpadeante rompen el sólido dique de la sensiblería. Y entonces toca correr, comprar a toda prisa los turrones, las bengalas estrelladas, el marisco a precio astronómico, las velas, los cavas y el camello de Baltasar que cada año se rompe el cuello.
Pero ya he aprendido. Empiezo hoy la fiesta, con tiempo y con ilusión, al ritmo del bombón diario del calendario de adviento. Ya he hecho la lista de los regalos y voy encargando al paso los más complicados: encuadernar unas hojas de dibujo para Inés, enmarcar la acuarela para Antonia antes de que se arrugue (la acuarela, que Antonia, la pobre, ya está como una pasa), grabar esa música para el móvil de Yon, reproducir en un CD las viejas fotos de Ana, y diseñar en el ordenador las felicitaciones y los menús: son un recuerdo simpático y le dan empaque a cualquier cena de conservas lujosas.
Porque, eso sí, no vamos a cocinar más que los canelones del día de San Esteban. Ya sé que aquí no es costumbre, pero a ver por qué hay que sumarse a tradiciones lejanas como el árbol, el calendario de adviento y los calcetines colgados en la chimenea, y no a las de aquí mismo, a los canelones catalanes o a las lentejas de Año Nuevo de los italianos.
Ya sé donde me nace esa inspiración. No podía ser de otra forma, aquí, en la barra del Club del Gourmet, y frente a un vermouth italiano.
Para el relleno de los canelones, además de los higaditos frescos de última hora, voy a llevar un fondo de buen foie gras, sabroso, de oca, el micuit navarro de Ibardín.
Lo fundamental de las lentejas es que no se note la piel, como las de La Armuña y el compango italiano, zampone o cotechino, o el toque racial de un chorizo de cerdo ibérico, el Joselito. Después de una noche larga, cuando amenaza la resaca, no hay nada mejor que un guisito de legumbres, o un desgrasado consomé con vodka Wyborowa, o, aun, mejor un caldo reparador de gallina que puede estar hecho y congelado una semana antes y que se puede servir hirviente, con briznas de jamón de pato Delicass o con mollejas confitadas de Ibardin salteadas, crujientes.
Frente a los excesos, verduras sanas y sin esfuerzo. Unos tarros Rosara, cardo, alcachofas, puerro, espinacas, para un panaché completísimo. Y de postre, la primera golosina, la compota, también puede quedar hecha. En la mesa de frutería hay orejones de albaricoque y de melocotón, ciruelas secas, pasas, dátiles y manzana reineta para rallar. Solo hay que completar con los turrones, los mazapanes y algunos bombones. Los de la casa son 80 variedades de Neuhaus, difícil elegir, como entre los Godiva. Vallrhona tiene sobrios cuadraditos de chocolate negro, Caraïbe, y de almendra, Equinoxe, y Michel Cluizel un venezolano, un primer Cru de Hacienda Concepción.
Para beber dice el tópico que lo peor es mezclar, de modo que nada más que Champagne y Cava. Agustí Torelló y Gramona desde el aperitivo al postre, Mumm cordon rojo, Ruinart y Billecart-Salmon. Aunque para las sobremesas habrá que añadir algún aguardiente digestivo, el Underberg alemán de 43 hierbas, el austríaco Lipizzaner de Pinord o los de Pera Williams o Frambuesa de Massener o Jean Beyer, y los insuperables nacionales, el Orujo de los Picos, de Liébana, y el aguardiente de Cereza del Jerte.
Por favor, envíen todo a casa, en tres lotes y en estas tres fechas. Habrá alguien. Y a mí me pone, fresquitos, dos billetes a Río de Janeiro, esos de la oferta. Ya es hora de una nochevieja diferente. El rito de las ropas blancas y sembrar de flores blancas el mar, en Ipanema y en Copacabana, resulta muy tentador.