- Redacción
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- 2002-03-01 00:00:00
Disimulo, pero la verdad es que aún calculo mentalmente la traducción de euros a pesetas, desprecio los céntimos que complican la cuenta y resuelvo las propinas redondeando el diez por ciento. Aún así, ni la inconsciencia me ha permitido ignorar el desastre. A los excesos de las fiestas ya olvidadas se sumaron los de las rebajas, aún sin estrenar. La pila de tikets para revisar -eso sí, todos clarísimos, en bilingüe- ha crecido en la misma medida que disminuía la cifra de entradas expresada en euros. Ya sé que es un engaño de los sentidos, pero parece una miseria.
Ser nuevo rico es tan ridículo desde la envidia de fuera como satisfactorio desde dentro, pero ser nuevo pobre es demoledor desde cualquier ángulo. ¿Angulo?. ¿Donde quedaron los ángulos? Se han difuminado, día a día, en un par de meses de temeroso ahorro a base de pasta al pesto (sin ni siquiera el lujo de los piñones), cremas espesitas con vagos recuerdos de cualquier cosa, pan tumaca, sopas de ajo, turrones, nueces, almendras y avellanas que sobraron en el fondo de los cestos de cascaruja navideña y almuerzo en el trabajo con bocatas traidos de casa.
HAY QUE CELEBRARLO Pero la pesadilla ya pasó. Sobrevivimos -eso sí, con indeseables curvas- a la cuesta de enero y los regalos con tarjeta a crédito a dos meses. Hay que celebrarlo.
Están al llegar los quesos de primavera, la Torta del Casar o de La Serena, las hay de Castuera, de El Porfiao y de Almoharín, de Hermanos Pajuelo, y ya sueño con un banquete de quesos y vino. Quesos sin pan, apenas lo imprescindible para disfrutarlos. Vinos rotundos, amorosos, envolventes. Y no solo tintos de la Ribera, de la nueva Rioja, del Priorato o del Montsant, sino algún blanco, moscatel -un Casta Diva cosecha miel o los nuevos malagueños de López Hermanos- para acompañar un cremoso Gorgonzola. Glorioso.
Y ahí está esperándome una Tetilla gallega, como la que miraba días atrás con la boca hecha agua y la nariz apoyada en el cristal del expositor, como un niño en el escaparate de una juguetería. Irá bien con vinos de su tierra, con Ribeiros golosones como Vilerma o Viña Mein, o con el muy serio Guitián de Valdeorras.
Aunque en honor al euro debería organizar una tabla de quesos que me integre en Europa desde lo mas íntimo, desde el paladar y el estómago: de Portugal, Casal da Ermida, de leche cruda de oveja; de Italia, el Gorgonzola Mascarpone; de Francia, Brie de leche cruda, Munster o Langres, Le Champenois, afinado con Marc de Champagne; un Gouda holandés; y de Inglaterra, Stilton para tomar con una copa de profundo oloroso vertida en un agujero, en el centro del queso. Es trampa, porque ellos no son euro, y por eso la Fondue suiza quedará para otro día.
Claro que hay otros lujos que se salen del mapa pero ni mi nacionalismo ni mi religión son tan estrictos como para reducir un menú. El foie gras, el Comptesse de Barry o el entero de Rougié o Delicass, compensa en patriotismo euro (peo) una pícara escapada, el salmón noruego o escocés, al cangrejo ruso, ese Chatka que es casi todo patitas y, como no, un paso mas allá, al caviar iraní. Empieza la temporada de pesca del esturión, y en los próximos tres meses, de marzo a mayo, se capturan casi todos los Belugas y la mitad de los Sevrugas del año. Se pescan al estilo tradicional, con redes entre barcos o desde la propia barquichuela de madera, con vela latina, en el mar Caspio, en aguas limpias donde el pez vive y, si se lo permiten, desova libremente desde hace milenios. Es el último eslabón de una familia remota, prehistórica, los teleosteos, que tienen huesos cartilaginoso en vez de espinas.
Voy a elegir el escaso Beluga triple cero (000) fresco, de grano grande que cruje entre los dientes, o el Persian Mahi, el perfumado Sevruga, un punto más salado. Eso sí, la mantequilla será holandesa.