- Redacción
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- 2002-05-01 00:00:00
Siempre piensas, ésta será la última, ya hemos cubierto el cupo de dos generaciones. ¡Que va!, las parejas no se multiplicarán en hijos pero lo que sí suman son bodas. El caso es que aquí estoy, entre la perplejidad y la desesperación, imaginando quién y en qué estado ha seleccionado estas cosas. No han podido ser mis amigos, esos que conozco hace tantos años, con quienes comparto películas de Woody Allen y caminatas por el monte. Aunque la sonriente dependienta se empeñara en explicarme el sistema, creyendo que no lo comprendía, lo que me confunde son los propios artículos. Items como “marco con diploma” -la pareja es mona y tierna pero no tanto como para un diploma- o ese “desnudo masculino” que, por el precio, no puedo dirimir si es un marfil de tamaño natural o un abono semanal en vivo.
He recogido la lista en la planta esa, la de bodas, y, puesto que la cosa requiere meditación, me he recluido en un rinconcito del bar del Club del Gourmet, con una tónica con ginebra Tanqueray y tres piedras de hielo compactas como el iceberg que venció al Titanic. La barra está demasiado animada y demasiado tentadora como para poder concentrarme. Y esta elección no es fácil.
la eternidad del amor. Más allá de la confusión, lo que me enternece y me reblandece los sesos es esa sempiterna fe en la eternidad que produce el amor. A la vista de esta selección de objetos esta pareja, sensata, con experiencia y madurez, ha olvidado que todo es efímero y contingente. Que las modas son modas porque pasan y que se cansarán de la alfombra del salón, del candelabro, y hasta del “desnudo masculino”. Y eso por no hablar -no, nada de cinismo- de la dificultad de un eventual reparto de todos los bienes acumulados.Este gin-tonic hace maravillas. He encontrado la solución. Lo que le falta a esta lista de bodas son juguetes: algo que anime la perfección estética y estática del flamante escenario, de su nidito de amor. Juguetes para un juego que se renueva siempre, que nunca defrauda y que, una vez tras otras, excita los sentidos y el ingenio. Juguetes para la mesa, la bodega y la cocina.
juguetes para la mesa. Lo primero es un sacacorchos de pared, éste de cobre envejecido con aspecto de perfecto regalo de boda. Y un par de copas especiales para iniciarse en la cata, las Riedel o el conjunto “les impitoyables” (las despiadadas, ya que exhiben sin disimulo los defectos de un vino) o las hermosas Universels para degustación.
Con este buen termómetro e higrómetro puede que les tiente acondicionar un espacio para bodega. Y, para inaugurarla, lo que permita el presupuesto. Tragos que los hagan felices cada cena, que les hagan desear volver a casa, Pagos Viejos, Leda Viñas Viejas, o unos Magnum por si la noche es larga o tienen invitados: de la Ribera, Emilio Moro Malleolus; de la Rioja, un Marqués de Haro o un Roda I; y un priorato, Clos de L´Obac; y, por supuesto un champagne para cuando no haya nada que celebrar, que no es poco: un magnum Roederer, como si hubieran ganado una carrera.
Cocinar juntos une mucho, y no se aburrirán mientras les duren estos tarros de especias, los cúbicos y hermosos de Onena, desde sales especiales y ahumadas a pimienta rosa o multicolor, o de Jamaica, tan frutal y dulce. Bayas de enebro para hacer patés los domingos de invierno, cardamomo y gengibre para experimentos exóticos, nuez moscada para una reconfortante bechamel, esa que te pide el cuerpo después de un mal día, eneldo para marinar un salmón, cilantro para un refrescante cebiche de gambitas crudas, vainillas para perfumar un aceite, menta para un cordero.
Y un último lujo propio de una noche de bodas: 600 gramos de espléndidas huevas de salmón salvaje ruso (Keta amaliona), la dieta reconstituyente de los zares en luna de miel, la base afrodisíaca de lo que los griegos, sin disimulo, bautizan como la talamosalata.