- Redacción
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- 2002-10-01 00:00:00
Club del Gourmet
Ha sido una jornada muy educativa. El día sin coche probablemente no acabará con el caos del tráfico ni cambiará las actitudes, pero media docena de viajes inusuales en el Metro y en el autobús son una fuente de información sociológica. Descubro los verdaderos “best-seller”, y aunque el muestrario no mueve al optimismo, sí que anima ver que se lee, que hay libros portátiles y otros diarios, además de los deportivos, así como descubrir que no todos los madrugadores se aislan tras los auriculares para seguir soñando. Y, como viajo con las orejas puestas, es inevitable captar retazos de conversaciones que confirmaban el sentir general de mi pequeño grupo. Resulta que, sin razón aparente, el comienzo de curso, la vuelta al trabajo, la amputación forzosa de las vacaciones, se siente este año como un esfuerzo más duro que nunca. Aquí y allá escucho frases en tono de angustia sobre lo difícil que es cada mañana obedecer puntualmente al despertador y responderle pulsando levemente el botón, en vez de aplastarlo bajo el puño o lanzarlo en un liberador vuelo parabólico por la ventana.
El trayecto en Metro o en autobús propicia la observación, la meditación más o menos trascendental. A pesar de todo, no he conseguido encontrar la razón de que este otoño se dibuje más cuesta arriba -¿la economía global?, ¿la amenaza de guerra inminente?, ¿el aspecto post bélico de las calzadas y las aceras?, ¿el precio de las matrículas?, ¿la angustia de decidir entre el michelín y el gimnasio?, ¿el resultado de las encuestas sobre sexo estival?-. Las causas no están claras, y sin embargo se ha hecho la luz para solucionar los efectos. Me bajo en la próxima parada, en las mismas puertas del Corte Inglés, me arrastro hasta la barra del Club del Gourmet al reclamo de un olor tentador, inconfundible, y después de paladear un café cremoso de Colombia decido lo que va a ser la mejor inversión de la temporada. No atenderé hoy el reclamo de la cara preciosa que anuncia la moda otoño/invierno porque, entre los electrodomésticos, una espectacular cafetera exprés me guiña sus ojos relucientes: “Soy yo, mírame bien, soy tu mejor amiga, la que te ayudará a despertar, la que mimará tus mañanas, la que obedecerá inmediatamente la varita mágica de tu dedo, la que te regalará la primera felicidad del día”.
entre cafés y cafeteras El paquete de mi nueva Saeco Exprés, superautomaticaferolítica, es enorme, pero no pienso soltarlo ni hacer que lo envíen, me siento como un niño en día de Reyes. Y ahora sí, vuelvo al Club del Gourmet para elegir los mejores cafés en grano (la cafetera los muele ella solita en el mismo instante de hacer cada taza, para que no pierda un átomo de aroma). Voy a probar todo el surtido de alta gama que selecciona para el Club Cafés Canguro: el Supremo Colombia, el Volcán de Oro de Guatemala, el Yauco de Puerto Rico, el Brasil Sul Minas, un Kenia doble A y, si hay, la exquisitez del Blue Mountain, de las míticas montañas azules de Jamaica. Buscaré un Etiopía para contrastar, y otro pulcro Colombia de marca propia para el desayuno.
Y también me tientan esos cajones de café sin envasar, preservados del aire tras la puertecilla de cristal. Ensayaré unas cuantas mezclas hasta encontrar el ideal para cada momento. Una combinación fuerte de sabor y cafeína para el desayuno, que aguante una nube de leche; aromática para la sobremesa, delicada para media tarde, corpulenta para el Capuccino, y hasta un descafeinado para la noche. Seguro que me aconsejan con conocimiento.
Y seguro que la mañana tiene otro color. ¡Feliz día!