Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).
Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.
Nunca nos cansaremos de aconsejar que se beba el cava como aperitivo o como acompañante de toda la comida. En el primer caso, el carbónico estimula las papilas gustativas. En el segundo, se va integrando con el resto de los alimentos, de manera que se evita la saturación que suele provocar el exceso de carbónico. Lo cierto es que es casi un disparate ingerir una bebida espumosa, como el cava, al final de una comida copiosa: las burbujas en nuestro estómago ahíto ejercen un efecto similar al de un explosivo. Una vez saciados, el brindis con cava -ingiriendo una dosis de carbónico en un estómago que está al límite de su dimensión- a menudo ejerce un efecto devastador que se traduce en náuseas e incluso leves trastonos del aparato digestivo.