Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).
Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.
Para ese ratito de concentración, de relajación... para disolver y apaciguar la adrenalina, nada mejor que la compañía de amigos silenciosos, capaces de acompañar, sin impaciencia; el café, la copa y el puro. Encender un cigarro es el primer paso. Requiere un alto en el camino, desarrolla cierta paciencia y responde con una gratificación inmediata. El Epicur nº 1 de Hoyo de Monterrey, sin anilla, desnudo, con el mismo color y las leves cicatrices que el sol y el verano dejan en la piel, tiene un aspecto un tanto rústico, como esa ropa casera, aunque la primera bocanada es tan liviana y confortable como ella. Sería un buen cigarro de iniciación para neófitos, suave, delicado. Luego, con o sin hielo, el whisky, en este caso un Whyte and Mackay de doble maduración. Ofrece un aroma que transporta hasta las añosas barricas jerezanas; brilla así, por adelantado, su final goloso, su paladar de miel que envuelve amorosa y rotundamente el delicado fondo de turba. Finalmente el café, y la taza caliente. Ha invadido la casa con su invitación aromática, con una tentación que no admite demora. Viene de Brasil, y entre ese variopinto continente cafetero convenía elegir hoy un perfume intenso y un paladar sin aristas: en definitiva, un Sul de Minas. Solo éste, en la vasta región, está libre del toque picante y fuerte que se ha bautizado con el nombre de su vecino, el inconfundible gusto “de Río”. Se comporta así como un compañero afable, capaz de escuchar a sus dos contertulios sin interrumpir, sin imponer su voz, aunque no puede evitar que el recuerdo largo de su sabor permanezca en el paladar y en la memoria entre el trago y el humo. Más tarde, en el último tercio, el cigarro, crecido le dará la réplica. Y entre los tres, paz y gloria.