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Diseño hasta en la mismísima sopa Club del Gourmet

  • Redacción
  • 2002-11-01 00:00:00

L o peor es la decepción convertida en hábito, donde ya no cabe desesperación, furia, ira, sino amarga conformidad. Está claro a qué me estoy refiriendo. A mí también me perdieron la maleta. Y lo que me da envidia es que estará conociendo países exóticos ella solita, mientras yo apenas hice un viaje rutinario de cincuenta minutos.
Los responsables del equipaje en el aeropuerto explican sin pudor en los medios de comunicación que las etiquetas identificativas de los múltiples destinos son muy parecidas, y los manipuladores se confunden fácilmente. ¿Y por qué no las hacen más claras o hacen una pequeña inversión en gafas para los empleados?
Despierto en el hotel, y mi neceser no ha aparecido. He de asearme con esas miniaturas inidentificables que son los frasquitos del cuarto de baño, y, por el tacto y por el gusto, creo que me he lavado el pelo con el dentífrico, y los dientes, con la crema de afeitar. ¿Por qué no los rotulan con letras grandes o les cuelgan una lupa en el gollete?
mi refugio en el club Paso por El Corte Inglés para reponer lo imprescindible, la bolsa de aseo, la ropa interior... y aquí estoy, en la barra del Club del Gourmet, rascándome discretamente allá donde la espalda pierde su nombre porque la etiqueta de esta prenda nueva pincha como un higo chumbo y sería poco delicado pedir a alguien que me la arranque. Maldito diseño, o como decía un diseñador inteligente, creo que Óscar Tusquets, maldita falta de diseño.
Detrás de la barra me tientan dos ginebras, dos imágenes inconfundibles, dos diseños acuñados. Es difícil decidir entre la canaca cerámica de Bols y el azul zafiro de Bombay. A mitad de la copa, el trago puro, cortante, apenas aromático, es tan perfecto que invita a seguir en esa línea, a hurgar en las estanterías de alimentos del Club en busca de la idea trabajada, de los aciertos para resolver problemas, de las soluciones ingeniosas más allá de la forma, mas allá de la imagen. La propia naturaleza ha hecho maravillas, como la lima de la que sale esta rodajita, un adecuado y resistente envase que, a su vez, contiene cápsulas-gajo compuestas de otras mínimas cápsulas de zumo. Llevaré media docena de ese cestillo de mimbre que es otro triunfo de la idea y la habilidad artesana.
Otros bocados aúnan prodigio natural con ingenio humano, como las alcachofas y los espárragos de Rosara rellenos de bogavante, o la ingente colección de aceitunas Cano, de cualquier variedad, color, tamaño, aliño y relleno. Me servirán para aperitivos, junto a los caprichos murcianos de Taparrica, una presentación en pulcras raciones de sabores profundamente mediterráneos, de tapenade, champiñones, tomates secos, berenjena, pimientos, ajos picantes... Pero donde la fantasía se desborda es sin duda en el surtido de pastas italianas adecuadas para distintas recetas, llevaré estos espectaculares cilindros, delizie a la trufa de Urbani, y farfalline arcobaleno (lacitos arcoiris) y los coquetos sberle de Il Pozzo de Re, y los tagliardi (hojitas) Cipriani al huevo, y pasta fresca Alibert con jamón tricolor... Podría también experimentar diez diseños propios con estas diez hojas refrigeradas de pasta bric francesa. Ya veré lo que pongo dentro o qué forma dar a los envoltorios. Con ingenio se puede crear algo tan rico como los dátiles envueltos en bacon o en lomo, de Noguera, o tan exquisito y tan ingenioso como para convertirse en un clásico, algo así como este huevo hilado que Santa Teresa (la marca registrada, no el brazo incorrupto) sigue haciendo en Ávila.
Como punto final, un paseo por la bodega, entre vinos y licores es una pura diversión: peras metidas en botellas, botellas que son producto de la fantasía más desaforada o más enferma y, entre ese batiburrillo, la expresión del genio, del acierto: simplemente el tamaño magnum. Pesquera 96, Callejo 95, Clos L´Obac 89, Alión 98, Muga 95, Roda 98... o, más simplemente aún, Vega Sicilia 85, Moët Chandon...

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