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Junto a la estilizada, cosquilleante y alegre burbuja del mejor cava, de la que hablamos con amplitud el número pasado, las fiestas navideñas nos brindan una oportunidad de oro (mejor habría que decir púrpura) para degustar los mejores tintos españoles, que ya son invicta legión. Vinos orgullosos de su cuerpo carnoso y mórbido, de su color oscuro profundo que atrapa la luz y regala un destello rubí gestado en el tiempo. Paleta cromática que pinta paisajes entonados de rojo picota en Rioja, granate de fuego en Jumilla, bermellón sangrante y denso en Ribera del Duero, rubor encarnado en Cigales, sanguíneo con vocación de tinta china en Toro, de rojura tentada por el negro en Priorato... Pero que también se cubren de gloria escarlata en regiones hasta hace poco olvidadas cuando no denostadas, como la leonesa Bierzo, con su Mencía en estado de gracia. Es la apoteosis de los taninos maduros y frutosos, la contundencia sápida de los polifenoles, el amargor transitorio de los antocianos. Son los tintos del milenio que comienza, de vida casi galáctica. Un viaje en el tiempo que puede durar hasta 30 años en continua evolución superadora. Tintos en los que la madera besa la flor y acaricia la fruta, para crear atmósferas mágicas. Tintos carnosos, casi masticables, pero que tratan el paladar con guante de seda y hacen vibrar la nariz con ondas aromáticas de fruta, flores y hierbas. Tintos donde el roble no tiene patria -americana, francesa, rusa, yugoslava, portuguesa, gallega- y aporta su “sfumatura” de humo y especias. Algunos son ya viejos conocidos, de estirpe famosa, que marcaron el rumbo hace un lustro; otros acaban de nacer y ya tienen pretensiones históricas. Es el adiós adelantado a los tintos de antes, el definitivo abandono de la ligereza disfrazada de finura, de la oxidación abusiva, los aromas excesivos a barrica vieja. No son fáciles, ni rinden su plenitud y elegancia al primer sorbo, sobre todo si tenemos el gusto anclado en el pasado. Pero estaría bien que les diéramos una oportunidad estas Navidades, cuando impera la buena gastronomía y es necesario asegurar el gozo de la bebida.