- Redacción
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- 2003-03-01 00:00:00
Club del Gourmet
Aveces prefiero ser masa, difuminarme en la uniformidad. El uniforme es muy cómodo, mira qué bien se entienden las chirigotas o las tropas plumíferas de Tenerife o de Río de Janeiro. Esta vez propuse “vamos todos de hippies, con pantalones campana, y flores, y medallones con el signo de la paz. Es el momento”. Ni caso. Unos porque les pareció irrespetuoso con lo más sagrado
-¿con el pasado o con la paz?-, otros porque ya tenían en la cabeza o en el baúl su disfraz, el caso es que triunfó el individualismo, un canto al inconsciente “vamos a sacar a luz la cara oculta de nuestra personalidad o aquello que jamás seríamos en la vida real”.
Soy un poco tiquismiquis para alquilar un disfraz usado y con estos michelines no voy a parecerme a mi ideal, a Peter Pan. Así que aquí estoy, en pleno desconcierto, frente al panel de secciones de El Corte Inglés, intentando decidir si voy a la la planta 2, a la 4 ó a la 5, si me disfrazo de mujer, de hombre o de joven, o me convierto en fantasma con una sabanota de blancolor, que está de rebajas. Creo que vacilaré mejor en la barra del Club del Gourmet.
No ha hecho falta más que un Dry Martini. La solución viene en forma de aceituna. Me disfrazaré de cocinero, tengo un gorro de medio metro, pero ahora el problema es montar para todos, antes del baile de carnaval, una cena deliciosa de bocados disfrazados, una locura de color y confusión. Para empezar, un juego que por cotidiano pasa inadvertido, unas anchoas disfrazadas de aceituna.
La estantería es el cuerno de la abundancia y de la variedad, no imaginaba tanto ingenio, tantas posibilidades. Las más deslumbrantes son las gordal Arruz, de Aljarafe, que ocultan almendras, ajos, pimientos o, para los más osados, picantes jalapeños.
Para centro de mesa, los enormes Panetone de la confitería Cometti que parecen bombas envueltas en papel pinocho de colores. Eso resuelve el postre y hasta el desayuno resacoso del día siguiente. Los más golosos pueden untarlos con esta miel de las rías Baixas, Outeda, disfrazada de panal, con abejas y todo. O con mantequilla de Soria como la Cañada Real con su inmutable aspecto kitch y sus floripondios rosados.
Bien mirados, los caracoles borgoñones Ugma también se disfrazan, aunque sea con la concha, que viene aparte junto con la salsa de mantequilla y perejil de Epix. Empezaré por ahí y, a pesar de lo que digan los puristas, por un canto al único alimento que no puede vivir sin disfraz, el surimi. Lo pondré convertido en gulas, en muslos de cangrejo, en patas-palito para crema de tartaletas y disfrazado de chatka en esta estupenda ensalada de Emilia, que hacen en Santoña con gambas, pimientos y buen aceite de oliva. Bueno, el surimi no es el único. Con este Tofu Mori Nu los vegetarianos hacen hasta hamburguesas y milanesas; se puede inventar algo.
El plato fuerte será una enorme calabaza al horno rellena de pollo de corral. Y para acompañarlo, un surtido de guarniciones de pasta. Pastas de colores, como serpentinas lisas o rizadas de Cecco y de Cascina San Cassiano que tiene también una integral perfumada y disfrazada de boletus, de remolacha en miniatura o de hojita de espinaca. Cocidas al dente mantendrán sus formas caprichosas, como las flores cornucopia o las calabazas de Il Pozo de Re.
Un capricho para la mesa, las vinageras dobles de vidrio soplado del aceitero toledano García de la Cruz, disfrazadas de perfumeros spray.
Y ahora los tragos. El vino no admite bromas, pero sí las copas. El Ron Zacapa vestido de paja trenzada según la artesanía guatemalteca. El Pampero embozado en su saco de cuero. La ingeniosa botella de aguardiente suizo de Pera Williams Zimmerli o un wiskie escocés disfrazado de pelota de golf, el Clubhaus... Y cigarros puros de chocolate Goldkenn.
Ni un bocado más. ¡Es noche de bailar, comparsa de focas!