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En los muros, los colores y laberintos espectaculares de Luis Gordillo. Sobre el suelo y los estantes, las fantasías telúricas de Alberto Bañuelos, maquetas de escayola de sus últimas obras y piedras traídas de cualquier rincón del globo, desde Zimbaue o Carrara a Calatorao. En las copas, los explosivos tonos y aromas, el complejo paladar, los sedosos tactos de los vinos de Chivite. Una orgía para todos los sentidos.
La primera cita entre arte y vino tuvo lugar en Madrid, en la galería Salvador Díaz, es decir, en el corazón del triangulo del arte capitalino. La inauguración supuso uno de los hitos de la temporada artística madrileña y, al reclamo de los nombres, de la obra nueva, los vinos y sus armonías con las tapas elaboradas por Luis Barrutia, el chef de Finos y Finas, se congregaron hasta 300 asistentes. El catálogo de novedades de arte y vino se hermanó así en una jornada memorable.
La estética, el diseño, el arte en general son puntales de la larga historia de Chivite y muestra de sus inquietudes, que se han venido reflejando en generoso mecenazgo, en patrocinios de muestras vistosas o recónditas con referencias culturales. Así, la propia bodega nueva de Señorío de Arínzano es un hito realizado por un artista arquitecto, Rafael Moneo, a quien Chivite también le ha encargado el proyecto de la bodega prevista para la expansión de la marca fuera de Navarra, que se materializará en Ribera del Duero, en terrenos del municipio de La Horra, donde Fernando Chivite ha adquirido 76 hectáreas dedicadas a viñedo.
La actual exposición, la fusión de arte y vino, es itinerante y se sucede en Barcelona, en Pamplona y Marbella, donde se clasurará a finales de este mes de mayo.
