- Redacción
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- 2005-11-01 00:00:00
Chile es el país más dinámico del «nuevo mundo» en cuestiones vinícolas. Y el que más ha crecido en la venta de vinos en los últimos años. Nada menos que el 23% en el último balance. Tiene la Región de Maule, que es la séptima, todo lo que un bodeguero quisiera para hacer vino, un gran vino. Suelos variados, diversos microclimas, variedades a elegir y libertad para trabajar. El mayor valle Maule es el valle vitivinícola con mayor extensión de viñedo de Chile. Cuenta con casi 29.000 hectáreas, de las que sobresale el Cabernet sauvignon en dura competencia todavía con la antigua «País» que, según dicen por allí, es una especie de Garnacha llevada por los españoles en el siglo XVI. También es conocido su Carmènere, que puede ser muy bueno (cálido, aromático, con la suavidad amable de sus taninos), o por el contrario un sucedáneo cruel del más pimentoso de los cabernets. Destacan algunas bodegas (allí llamadas viñas) por sus buenos productos y por la facilidad con que llegan al mercado internacional. Como el grupo Vía Wines. Fundado por Jorge Coderch, un catalán que en el año 98 comenzó con 90 hectáreas y ya va por las 1.360, elabora entre todas sus bodegas unos 23 millones de litros. Aunque no sea de este valle, el grupo elabora el famoso y complejo vino «Caballo Loco». Ofrece una buena relación en todos sus vinos, y además elabora unos magníficos aceites de oliva virgen extra. También merecen atención Viña Botalcura y Viña Calina, donde trabaja el famoso «wine maker» Kendall Jackson, Viña Corral Victoria -si, además de vino quiere conocer el caballo chileno de pura raza-, Viña El Aromo, Cresmachi Furlotti, J. Bouchon… Del Maule al Curicó Son los dos valles vinícolas más importantes de la Séptima Región chilena. En el Curicó el clima es principalmente mediterráneo, existen bodegas de todo peso y condición, desde las más grandes a las llamadas de «boutique»: Viña de San Pedro cuenta con uno de los viñedos más grandes de Chile, nada menos que 1.300 hectáreas. Producen alrededor de ¡67 millones de botellas! Hay que aclarar que esta viña posee bodega y viñedo en distintos valles. Irene Paiva es la enóloga responsable, una mujer que conoce bien su oficio. Klaus Schoder es el presidente de la asociación de enólogos de Chile. Llegó de Europa, para un breve tiempo, para hacerse cargo de bodegas chilenas grandes, como San Pedro o Errázuriz. Pero al final se quedó allí, y sus hijos son ya chilenos. Tiene un lagar original, un manual de alta tecnología en un entorno de enorme belleza, con anchos ventanales en el piso superior para poder avistar desde el puesto de trabajo la impresionante cordillera andina. Klaus reniega de la casi obsesiva devoción de los chilenos por los monovarietales. Tanto que a veces confunden «corte» -es decir, un producto de varias uvas- con vino vulgar y falto de calidad. Su Alta Cima 6.330 (así se llama en honor el volcán Parinacota) es un bravo ejemplo de cómo un buen coupage suele ser mucho más complejo y elegante que un varietal. Fernando Almeda es un sabio joven que conoce los secretos de aquella tierra. Catalán de madre chilena, lleva desde los inicios la viña Miguel Torres. Ha estudiado las tierras del entorno, y su último descubrimiento ha sido en Empedrado, cerca de la costa. Una tierra pendiente y pizarrosa dispuesta en terrazas donde se han plantado distintas cepas, garnachas incluidas. Su obra de arte, y uno de los mejores vinos chilenos, es el Conde de Superunda, elaborado principalmente con Tempranillo, Monastrell y algo de Carmenère. En la bodega de Torres hay uno de los mejores restaurantes de la región En Millaman soprenden sus vinos, muy bien concebidos, con diseño moderno y de fácil trago. Pero sorprenden más sus excelentes aceites de oliva. Tanto que son capaces de ganar concursos y adeptos en la mismísima Europa, en España, e incluso ¡en Italia! Hay una inquietud en Chile por desarrollar el turismo enológico y estos dos valles son de los más preocupados. Hay que ir. texto y fotos: BARTOLOME SANCHEZ (bartolome.sanchez@vinum.info) Comer y beber en el ombligo del mundo Una leyenda, posiblemente surgida del mágico y enigmático entorno, habla que en la isla de Pascua -Tepito o te Henua (el ombligo del mundo según sus habitantes)- pueden suceder aventuras tan extraordinarias que no podrían pasar en ninguna otra parte. En su mágico ambiente se huele la aventura, el mar acuna antiguas historias de amor y guerra y los «moais» observan impávidos el devenir de los humanos desde la creación misma de aquella cultura. ¿Qué ha quedado hasta hoy de su pasado gastronómico? Teniendo en cuenta que en la variada dieta de los antiguos habitantes hubo incluso antropofagia, pocas cosas auténticas. La gastronomía es sencilla, donde la materia prima marca su ley y los platos cuentan siempre con el pescado como base y la carne de ave de corral que sirve de pitanza y plato religioso desde sus ancestros. Por ello tiene mucho mérito la apuesta del gobierno chileno, a través de los órganos de promoción «CORFO», por realizar unas jornadas gastronómicas que hiciesen coincidir los aromas y sabores de los alimentos típicos con los vinos del continente. Interesantes platos han desfilado por los paladares expertos. A la primorosa hospitalidad pascuense le debemos el honor de que el recibimiento estuviese presidido por el misterioso, suculento y religioso «curanto» que es un asado muy especial, solo elaborado para ocasiones excepcionales. En él concurren frutas, peces pescados en el día, y el ave de corral. El asado en cuestión se realiza sobre una hendidura en la tierra donde primeramente se forma una buena fogata, después se limpia de cenizas y se ponen los alimentos cubiertos con hojas de platanera que trasmitirán un sabor y aromas especiales. Después, como un tesoro gastronómico, se cubrirá de tierra para que ni uno solo de los vapores se escape al abrazo de la tierra caliente. El resultado es toda una experiencia, incluso metafísica, tanto como gastronómica. Los mejores platos que tuvimos la suerte de catar, en armonía con los vinos del continente, fueron un Rape rape (pronúnciese la erre como si fuese una «ere»). Excelente guiso caldoso a partir de caldo de pescado, leche de coco, vino blanco, carne de vacuno y gallina. El Paté de hígado de atún con morena frita. El Ceviche de mate huira (un ceviche elaborado con la carne sabrosa y blanca de un pez local), y los caracoles al jengibre, un auténtico descubrimiento, sabrosos, finos y originales. Tiene mucho mérito el chef de cocina, Carlos Palma, que preparó su visión de la cocina local con bastante influencia del continente. Sobre todo teniendo en cuenta que los chilenos -isleños y continentales- no son muy amantes del gustoso gasterópodo.